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Con tu puedo...Cap 3
No era lo que ofreció Francisco Javier


Alamiro y sus amigos miraron en derredor, no había nada en kilómetros a la redonda, la Oficina es una Isla en medio de la tierra, todo el paisaje son cerros de tierra en los que no se ve nada de nada.
Lo primero que hicieron los que llegaron luego del viaje, fue escuchar al Administrador quién lee las normas de la Oficina.
— Ley Seca. Absolutamente prohibido beber vino u otra bebida alcohólica en la Oficina.
— Para los recién llegados se ha abierto una hoja del libro de deudores en la Pulpería, pueden pasar a comprar lo que deseen, se les anotará y descontará en el primer sueldo.
— Que se les pagará el salario con fichas, tan sólo una parte se les cancelará en dinero.
— Que las fichas tienen valor en Libras Esterlinas.
— Que estas fichas les servirá como dinero contante y sonante. Que el día que quieran irse de la Oficina o, vayan a alguna ciudad podrán cambiar las fichas, que la Compañía les cobrará una pequeña comisión y se les dará el valor que la Libra tenga ese día.
— Que la Compañía tiene habilitada en la Estación un correo, para enviar cartas o giros en dinero a los parientes.
— Que está absolutamente prohibido recibir visitas de fuera de la Oficina y, que en caso de que les llegue algún pariente, deben dar cuenta de inmediato en la Administración.
— Que se debe dar aviso de inmediato a la Administración si se ven alborotadores, de esos que vienen a hablar de patrañas como: Mutuales y menos aún, Sindicatos, que en lo único que terminan esas tonteras es en muertes como las de 1907.
— Que si se sabe de algún trabajador que de cobijo a tales delincuentes, será castigado y luego enviado a la cárcel junto al alborotador.
— Que están prohibidas las peleas y quienes hagan escándalos serán castigados.
— Que la Compañía, ha construido un teatro en donde los días domingos está autorizado a que se hagan Filarmónicas – sin trago - los trabajadores son los responsables de dejar limpio.

Dicho todo esto, el representante de la Administración les miró a todos fijamente, en el dintel de la oficina se ve un hombre de cabello rubio, no es chileno, viste un traje color caqui, leva botas de montar, una fusta en una mano y curiosamente su cabeza luce un cucalón, al estilo Inglés en sus colonias de Africa, Mister Eduard.

El representante de la Administración se dio media vuelta y desapareció por la misma puerta que había salido. Don Fernando Gómez dijo llamarse, a muchos les infunde temor a otros respeto y a todos les queda en la mente que, es un hombre de cuidado.

Alamiro y sus compadres se miraron sin decirse nada, calladamente cada cual piensa en el futuro que les espera, antes de iniciar el trabajo supieron que el enganchador Francisco Javier, no había dicho la verdad.

Los cinco fueron destinados a cargar carros con caliche, son hombres de campo, acostumbrados al trabajo duro, a estar días enteros bajo el sol, en su terruño no se conoce el descanso. Sus manos ya están callosas antes de empuñar la pala calichera, cuando nacieron venían con el sino del trabajo en sus genes, en la Oficina, al menos tendrán una jornada que acaba en algún instante del día.

Lo de la filarmónica suena bien, dijo uno de los compadres.
Si que lo suena, dijo Alamiro, e hizo una alusión a la niña Mariana, que viajó en el mismo carro del tren, había subido en Illapel con su familia, hubieron miradas de conquista mezcladas con el pudor. Sí compañero –respondió uno de sus compañeros de habitación- pero, su papá se veía harto guapo, no me vaya a salir maltrecho gallito. Sonrisas hubo en los amigos, todos esperaban el domingo para ir a la Filarmónica.

Palabra extraña era esa: Filarmónica, suena bonito, cuando se realizó la primera vieron que era la fiesta que se realizaba en el teatro de la Oficina, hombres y mujeres se colocan sus mejores ropas, terno, corbatas, zapatos brillantes, ellos y ellas sus vestidos y colonia, además de la tablilla en donde anotaran el turno de los bailes solicitados por los varones, muchos romances se iniciaron en esos domingos. En un sector se están las damas y, al frente de ellas a unos diez metros los varones. Extrañas por decir lo menos eran estas fiestas ya qué en un mundo de hombres rudos no había licor alguno, lo que si habían, eran escenas de celos que algunas veces acabaron con alguien malherido y no era extraño que luego de alguna de estas hubiese algún muerto.

La niña Mariana es la mayor de cinco hermanos. José Manuel, su padre de poco más de cuarenta, hombre de campo, serio, de pocas palabras que cuida de sus hijas como sus más preciados tesoros (y son tres) ha estado observando a Alamiro, lo encuentra un minero serio y responsable. Como padre sabe que las miradas entre ambos jóvenes van a pisar un suelo firme en algún instante si nada cambia, es un padre con la inteligencia de la gente campesina y sabe que si su hija quiere, nada se le cruzará en su camino y oponerse, sería una batalla perdida, piensa José Manuel.

Llegó el instante en que Alamiro fue quien estaba inscrito en la tablilla de Mariana, la banda comenzó a hacer sonar un vals. Alamiro apenas sabía como tomar a la niña, también él era un huaso inteligente, había visto como los hombres colocaban un pañuelo en el hombro de su dama, preguntó el motivo. Para no mancharle el vestido con el sudor de su mano - le dijo. El asunto quedó zanjado: a buen entendedor pocas palabras. Tomó a Mariana como había visto pero, había bailado cuecas y algún corrido mexicano, mas ¿un vals? No sabía qué hacer o cómo moverse; Mariana, lo miraba y Alamiro no atinaba. Ella le dijo: sólo sígame le fue indicando como danzar; ella sonreía, Alamiro, más colorado que un tomate maduro, al terminar la pieza. Tomándole del brazo le dijo, acompáñeme Alamiro, ¿Porque así se llama usted, cierto? A lo que el joven asintió con la cabeza sin decir palabra; la niña buscó un refresco, se sentó e invitó a Alamiro a hacerlo. Cuando llegó el hombre que le correspondía la siguiente pieza, le dijo que estaba cansada y muy acalorada, por lo que se disculpaba diciéndole que cuando regresara a la fiesta sería con quien primero bailaría.

La joven, preguntó mucho, Alamiro contestó. Estaba anonadado con la audacia de la muchacha, le contó de su trabajo; de su padre con el mal del manganeso; de sus hermanos; de que había hecho el Servicio Militar en La Serena; que echaba de menos el verde de Ovalle; que es muy triste el desierto; que le gustaban los atardeceres ya que se podía ver a kilómetros…¿Y a su novia del sur la extraña? –inquirió ella. No tengo novia señorita Mariana. ella tomó aire ¡Ah! dijo la niña. Usted podría venir los martes y jueves acá al teatro, hay clases de baile y en poco tiempo mejorará en el vals –dijo eso y bajó la cabeza para que Alamiro no la viese sonreír. Él preguntó la hora y dijo que aprendería. Regresaron a la sala de baile, ella se fue a conversar con sus hermanas y las otras muchachas.

En un descanso de la orquesta, subió un hombre al escenario, todo el mundo se silenció, era de aquellos seres que imponen respeto, no por su porte ya que no era alto ni macizo. Delgado y bajo, de terno negro y corbata del mismo color, dio la bienvenida a los recién llegados e invitó a los que quisieran a inscribirse para el Grupo de Teatro de la Oficina. Que el martes próximo en esta misma sala se iniciará la preparación de los artistas.

¿Qué hay que hacer para inscribirse? Preguntó Alamiro. El hombre; el maestro Juvencio Araya –es su nombre-, dijo que lo mejor es que supan leer; el joven le miró y bajó la cabeza, el maestro, devolvió la mirada de manera franca y sin decir nada bajó del escenario y partió en busca de Alamiro, le invitó a beber un refresco, allí le dijo que no era lo más importante saber leer, pero que en vista que hay muchos pampinos que no saben leer ni escribir, el amigo Arsenio Muñoz (que había iniciado estudios en una Escuela Normal) iba a enseñar a leer a los que quisieran; que el martes va a estar allí también; que si sabe poco, aún es tiempo de aprender un poco más. Además que siempre es bueno saber leer y escribir, ya que así podrán revisar las cuentas que saca la administración en los pagos.

Alamiro, le dio las gracias y le dijo que se apuntaría.

Curiche
Febrero 27, 2007 Año de los trabajadores


Texto agregado el 27-02-2007, y leído por 369 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
09-11-2007 Normas batante estrictas que presentan un poco lo que será la vida para ellos, austeridad, duro trabajo y más pobreza. Al menos les queda esa Filarmónica donde desahogar sus mentes. Parece que algo bueno sacará Alamiro de todo esto, si aprende a leer y además se enamora. Selkis
16-08-2007 Me gustó, un relato que no te deja escapar. Medeaazul
31-05-2007 "Para los recién llegados se ha abierto una hoja del libro de deudores en la Pulpería, pueden pasar a comprar lo que deseen, se les anotará y descontará en el primer sueldo. — Que se les pagará el salario con fichas, tan sólo una parte se les cancelará en dinero." eso me recuerda un reportage a propósito de los trabajadores en la selva amazona : viven como esclavos : tienen que cortar leña, no les pagan sino que les dan fichas para que compren lo que necesiten en la tienda del propietario. No tienen posibilidad de escapar. y eso pasa hoy día. mis 5* salambo
22-05-2007 Voy lenta pero segura, va muy bien el relato. Acà en mi paìs tambièn hacìan eso las compañìas extranjeras, aprovechàndose de la gente. Seguimos pendientes. TIGRILLA
18-05-2007 Los cuadros estan muy bien descritos, son escuetos y ya se avizora la trama BenHur
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