Relato que escribí en una de las noches durante mi ingreso en la Unidad de Trastornos de la Conducta Alimentaria (UTA)
- ¿Quieres ser una niña, Laura?
¿Si?
¡Pues juguemos a imaginar!
Imagina que entras a una casa en medio de un lugar dónde jamás has estado. Imagina que la casa es de turrón, dulces y golosinas
- ¿Qué es lo primero que comerías, Laura?
- Eso es fácil: Chocolate. Chocolate blanco. Dulce, muy dulce. Tanto que se derrite lento en la boca, encima de la lengua. - A Laura se la hacía la boca agua mientras hablaba de su adorado chocolate blanco, y se le agrandaban las pupilas al máximo.
- Está bien, pues le das un gran mordisco a una mesita de chocolate blanco. Cruje al entrar en contacto con tus pequeños dientecillos (se te llena la boca de agua…) y se reblandece con tu lengua que le da cientos de vueltas dentro de tu boca. Mmmmmmmmmmmmmmmmmm. Dulce, Suave, muy suave, crujiente… ese sabor tan especial y que hacía tanto que no sentías en tu paladar, que tenías prohibido, que te impedían probarlo tus padres, tus amigos y tus médicos eternamente desde que eras una niña pequeña.
- Imagina ahora que cuando le vas a dar el segundo bocado la puerta se mueve, alguien parece que va a entrar. Una llave. Te poner nerviosa. Tus dientecillos clavados se quedan marcados en la mesita de chocolate a medio roer. Corres a esconderte a otra habitación. Entras y ves una cama.
- ¿Qué haces, Laura?
- Sabes que la casa es de una bruja, de una bruja malvada. Pero no corres. Te escondes debajo de la cama y solo esperas a que te encuentre. O quizá a que nunca lo haga. O a que venga tu madre y te salve.
- No, no, mi madre no.
- ¿Por qué Laura?
- ¡¡Porque no!!
- ¿Prefieres quedarte en la cama y dejar que te coma la bruja?
- Laura, ¡Respóndeme! No seas una niña de nuevo.
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