Hoy he recorrido de nuevo los archivos de mi corazón y de mi ordenador. En uno encontré cansancio y excesivas memorias improductivas, en otro sentimientos y versos de tiempo atrás. Lo he leído como si pronunciando su conjuro pudiera traerlos de vuelta a donde nunca pertenecieron. ¿Quien entiende una poesía? ¿Que le pone precio, quien otorga estrellas a un sentimiento? ¿Quien, mas que el propio poeta, entiende a los hijos imperfectos de su mano y su letra?

¿Donde se esconde la belleza de las silabas y estrofas? ¿Está acaso entretejida entre los versos (entre líneas, como siempre en esta vida, todo está entre líneas), en un universo de rimas, ritmos y medidas? ¿Está acaso en la fantasía de las metáforas que arrastran imágenes abstractas a nuestra mente cansada de tanta realidad? ¿Está en la tinta, en el brillo del monitor? ¿Está en el alma de quien las escribe o del que las lee?

Podría nombrar aquellos que leí, aquellos de los que robé por un momento una emoción, un pedacito de su vida dispuesto a ser compartido con todos. Pero nadie mas que quien escribe puede proclamar suyo un poema. Nadie mas puede entenderlo, nadie, porque no es mas que un diminuto fragmento, menos que una estrofa, menos que un verso, apenas una silaba o una letra, de ese gran poema que es la vida.

Me siento como en un bello vertedero de piezas de repuesto para las almas y el corazón, en un mercado de fragmentos de vida que sirven como parches, y no se muy bien del todo que es lo que busco.