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Pasajera en trance, pasajera en transito perpetuo
Pasajera en trance, transitando los lugares ciertos.

Charlie García

No podía desearlo más y por eso abandoné el juego, porque si apostaba de nuevo perdería. Después de eso desapareció, como si se lo hubiera tragado la tierra, como si sus huesos hubieran sido masticados por el infierno y el mismo demonio me hubiera concedido olvidarle…hasta ese lunes.

La mañana en que lo vi de nuevo fue en la plaza, harían no más de las nueve. Tenía puesto el suéter negro y se veía elegante, deseable como hacía tanto tiempo. Yo tomaba el café de la rutina y pensé en llamarle, pensé en invitarle como antes a esperar las diez, pero no; una vez permitido el olvido no debía forzar su recuerdo, y así lo miré pasar despacio, detallando en sus labios la sonrisa de Vitoria -tal vez de Ana o Carolina; sintiendo la lluvia bajo sus pisadas mientras que el cosmos entero parecía detenerse para guardarle como se guardan las fotos hasta que envejecen y amarillentan.

Después del café sonreí inconteniblemente, me fue imposible no reclamar el dolor que hacia tanto me había pertenecido y me apoderé del aire tratando de rescatar su olor. Un par de fantasmas casi muertos en el recuerdo y yo, reviviendo a todo pulmón la memoria.

Con los días, la embriaguez de haberle visto me hacía despertar bañada por el engaño de su silueta; bastaba con cerrar los ojos para sentirle ahí, con mencionar su nombre para que el éxtasis regresara y comencé a odiarlo de nuevo. No era digna de la mancha púrpura que comenzaba a hincharse en la boca del estómago y que en las tardes pesaba como una gran roca.
Debía abandonarlo una vez más, debía penetrar en el averno para renunciar ante él al deseo del que era victima y maldecir a Satán por faltar a su palabra al devolverme al amor y a la evocación…pero no podía. Una condena me habría de caer por alimentarme nuevamente de su aroma, por ignorar el don del olvido y viviría de ahora en adelante en el exilio de la soledad que se encarna en mi vientre y la impotencia que cuelga de mis brazos.

Nunca he sabido como fue posible verlo en la plaza esa mañana, y no sé quienes más lo vieron, ni donde ni cuando; no sé ni siquiera porque yo, pero fue luego cuando me enteré que dos meses atrás había muerto.

Texto agregado el 26-02-2007, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
01-12-2014 me gustan esos tonos de melancolía que de repente se deslumbran en el escrito... arcano20
 
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