... y cayó, estaba al borde de perder la noción de sus pasos.. al fin sería feliz, no se levantó, ni intentó hacerlo, porque ya nadie vendría en su búsqueda. Pasó la noche así, tal cual como cayó, buscando un recuerdo del pasado que no habría de llegar y formó lo último de su existencia, una gran torre llena de amarguras, una estructura grande, pero tan frágil como el polluelo muerto que halló días antes, más frágil que ese movimiento que prevalecía milagrosamente en su pecho... gritó, lloró, y desató poco a poco ese nudo ciego que habitaba en todo su ser, en todo lo que era.
Llevó a su torre recuerdos, amarguras, tristezas, alegrías, “bueno” y “malo”, equilibrio... llevó consigo cartas, letras, papel y restos de tinta de mar pluma de brisa... sólo consiguió creer que continuaba siendo pero ya su existencia perdía sentido.
Sacó de su bolsillo –decidida a hacer el último esfuerzo- eso que por fin la llevaría a la locura, sacó todo lo que guardaba, todo... cuando ya sonreía por el frenesí y desvarío de su estadía en su torre, oyó golpes en la puerta de su refugio, miró sin levantarse, seguía riendo, estaba segura que era lo que anhelaba, pero no... eran ellos, los que la habían hecho ver su misión oscura, los que la buscaban para reír, para llorar, los que jamás le preguntaron como se sentía hoy... la llamaban, gritaban su nombre, intentaban entrar pero ella no lo deseaba, quería reír, no volver a llorar. Volvieron las escenas, volvió a funcionar su maldita memoria, rápidamente, en tan solo segundos, y regresaron... una a una al comienzo, todas juntas después. Se tapó los oídos, intentó eliminar sus sentidos, y restregó sus ojos en las paredes ásperas de la torre, ante las miradas atónitas de los espectadores, el espectáculo era único. Pasó sus manos y uñas contra las mismas paredes y lo hizo con tanta devoción que fue perdiendo el tacto, era un juego espectacular... sangraban sus uñas pero no sentía dolor, sólo sonreía. Sin perder su sonrisa mordió su lengua una, dos, tres veces hasta reír a carcajadas de agonía. El aire dentro de su torre era puro, era suyo, y pronto lo dejaría de utilizar.
No podía ver las lágrimas que corrían por los ojos de ellos, que al fin algunos decidían dejar de ver, fueron pocos, fueron los que la extrañarían... por suerte ella no notó que solo eran dos...
Y por fin descansaba, pero no dejaba de oír los golpes, ellos trataban de destruir su torre. Gritó, con dificultad, volvió a gritar, sonrió y dormitó. Ellos se marcharon, unos mudos, otros ciegos de ira o dolor, otros ensordecidos por los gritos del presente y del pasado, otros agitados `por el remordimiento, otros con un sabor amargo en la boca y otros tomándose de las manos para consolarse sin decir palabra... ella permanecía ahí, no se levantó, ya no oía voces, no sentía nada, ya dejaría de ser, ¡al fin!, sonreía... Dio su último grito pero no fue escuchada...