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COMPLEJOS

Estaba cansada de las críticas, de los reproches, de las frustradas reuniones de sus amigos poetas, estaba realmente agobiada de la rutina, y más aun, de su peor enemigo, el espejo.

Tenía un marco de madera de ébano, finamente detallado con formas alegóricas, eran casi del mismo porte (el espejo y ella).
Cada vez que se miraba en aquél espejo, se sentía asediada, se miraba fijamente, de frente, de lado, estática y en movimiento, pero nada la convencía, ella estaba segura de que aquél inerte y maldecido espejo le mentía.

Al no querer aceptar la realidad, se encapricho con que el espejo la contradecía; ella quería verse bonita, pero el reflejo solamente hablaba de una cara demacrada, malgastada por el tiempo, fatigada. Para el espejo era algo irreparable, las lágrimas, las penas, las rabias, la ironía, habían dejado sus huellas marcadas, era por eso aquellos finos surcos en su cara.
Ella quería sonreír, y cautivar al mundo con una forma perfecta, luminosa, generosa, pero el maldito espejo no se cansaba de recordarle su colmillo sobresalido y lo opaco de sus dientes de tanto fumar y fumar. Quería sentirse viva, pero el espejo insolente y perpetuo, le remarcaba sus ojitos caídos, su espalda que se comenzaba a doblar y sus tantos intentos abortados de sentirse feliz.

Últimamente nada andaba bien, todo le parecía despreciable, no entendía nada y de algún modo injusto pensaba que el mundo conspiraba contra ella, sabía que era una exageración, pero después de todo, eso era lo que sentía.
No podía soportar la idea de que el mundo se derrumbara junto a sus pies.

No podía continuar así, se imaginaba de rodillas, apartada del camino, inmóvil. Se veía derrotada, le llovía sobre mojado, casi podía sentir las gotas frías que rodaban por su cara. Si no hubiese sido por el cigarro que se acababa y comenzaba a quemarle los dedos, se hubiese ahogado en sus pensamientos.

Unos enormes deseos de caminar se concentraron en su mente como si fueran su mejor opción, pero esta vez su instinto la incitó a caminar sin rumbo, lejos, muy lejos, como un ave a la cual acaban de liberar.

No llevó dinero, sólo tomó una chaqueta abrigadora, un par de fotos, su libro preferido, y unos cuantos discos de su colección.
Estaba realmente cansada, debía liberarse, si no en cualquier momento se desataría la locura, arrasando la poca cordura que le quedaba. Se sentía como un animal enjaulado, presa en su propio cuerpo, acechado en su propia guarida.

Poco a poco la desesperación se apoderaba de sus piernas, sintió que las rodillas le tiritaban, pero aun creía en sus fuerzas y vino como un rayo fulminante el recuerdo de aquella frase que siempre la motivaba a seguir “el que es valiente, no se rinde. Lucha.”

Entonces comenzó a correr desesperada, pasó por la casa de un amigo pero no dudo es continuar su camino, era uno más de los tantos poetas de esquinas caras, uno más de los tantos que no la entendían, uno de los tantos que intentó aconsejarla, pero para ella un consejo, era tan sólo palabrería barata, una opinión propio sobre un tema ajeno y desconocido.
Vio una iglesia y pensó refugiarse dentro de ella, pero hace mucho que se había alejado de Dios, desde el día en que su padre murió nunca más puso un pie dentro de una, el dolor fue demasiado grande y nadie fue capaz de contestar tan simple cuestionamiento “¿por qué él?” , nuevamente no dudó y continuó su camino sin rumbo.

Agotada de tanto andar, fue a parar a una playa desierta, cosa que no era nada raro, estaban en invierno, era domingo y el sol comenzaba a desaparecer por completo. Para colmo, una fina llovizna se hacía presente, para ella, en el momento incorrecto, en el lugar menos indicado.

Tomó la arena entre sus manos e intentó arrojarla lo más lejos posible, comparó cada grano con un problema de su mundo, y sin más pensarlo se dio cuenta que era imposible acabar con todos.

Ya casi rendida, sola y sin destino se quebró, comenzó a llorar desconsolada, gritó un par de veces para descomprimir su rabia, pero era inútil. Se paró y miró el mar, pero antes de reconocer aquella estúpida idea en su mente se aterró, retrocedió y se volvió a sentar en la arena, a esa altura, bastante mojada.

Cerró los ojos, con el alma desgarrada gritó al cielo pidiendo un salvavidas, deseó con todas sus fuerzas que todo fuera una pesadilla, cuando todo se acababa, alguien le tocó el hombro.
Era su madre.

“estás bien, te escuché gritar y vine enseguida”

Levantó la vista y comenzó a reír desenfrenadamente, no podía creerlo, se había quedado dormida nuevamente sobre el teclado.
Vio la hora, pero ya era tarde, su examen había comenzado hace 20 minutos, miró la pantalla y se rió al ver la cantidad de letras hiladas incoherentemente. Actuaba como una loca desenfrenada, agradeció todo lo que tenía, besó a su madre en la frente y comenzó a saltar, corrió a su pieza para comprobar que la chaqueta, el libro y sus discos aun estaban donde debían estar, pero al entrar se encontró nuevamente con el espejo. Por un momento dudó en mirarse detenidamente en él, pero casi por inercia se acercó hasta ver completamente los finos detalles del marco.

Se miró fijamente como siempre, de frente, de lado, estática y en movimiento, se rió durante un largo rato, comprendió lo infantil que había sido, se sintió plena y las ganas de vivir brotaban por cada uno de sus poros.
Esta vez había matado todos sus complejos.

Texto agregado el 25-02-2007, y leído por 125 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
27-02-2007 los espejos son de cristal, facil de romper en un solo golpe, mas dificil es romper el espejo mental que una graba en la cabeza.5* KUMBE
25-02-2007 Un buen cuento, relatado desde el inicio de una realidad, y termina en el sueño de su complejidad. muy bueno osodepapel
 
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