Con tu puedo...
capitulo 2: El enganche
En los campos de Ovalle las cosas no andaban muy bien que digamos. Varios años de sequía tienen a las cabras sin pienso, con ello ha mermado la leche por lo que la fabricación de quesos es escasa, las pequeñas parcelas se debaten entre la vida y la muerte, el río trae tan poca agua que alcanza apenas para beber, lavar y cocinar.
En la casa de la familia de los Araya la situación es tan mala como en la mayoría de las familias del valle, Alamiro José es el mayor de siete hermanos. Con dificultad logra juntar las letras para escribir su nombre, le cuesta leer; lo poco que sabe lo aprendió en La Serena el año que hizo su Servicio Militar. Campesino joven, tiene poco trabajo en la faena agrícola y de las minas solo sale mineral de baja ley.
Su padre, Alamiro del Carmelo, a pesar de tener poco más de cuarenta años arrastra los pies al caminar, dice que: son los años de trabajo en las minas de manganeso, que el mineral se le fue los pies, su andar es tan dificultoso como el de un anciano de ochenta o más años. A veces logra encontrar trabajo en algún pique. Su hijo mayor le mira y se le llena de ira el corazón, una rabia contenida por años, no contra su viejo, sino por las injusticias que le ha tocado vivir.
El sábado mientras conversaban unas cervezas en la cantina, llegó un hombre joven y bien vestido, pidió una cerveza para él y una ronda para los parroquianos, luego ordenó al dueño que le asara un cabrito, le amasara pan y se hiciera un pebre bien picante. La cantina tiene un patio grande con un parronal que da sombra a todo el recinto. El afuerino dijo llamarse Don Francisco Javier subrayando lo de Don, invitó a todos los presentes para que se queden al almuerzo; se armó una gran mesa para que cupieran todos, ya que quería hablar, llegaron otros hombres, la mayoría jóvenes; a quien entra, el cantinero le entrega una cerveza. El dinero que colocó el hombre alcanzaba para todos y si hacía falta él se haría cargo, plata había de sobra para cien o más personas.
El olor a cabrito asado logra hacer que las bocas de los concurrentes se haga agua. Quieren oír lo que se traía el afuerino, este no tardó en explayarse, dijo que venía desde el Norte Grande y que buscaba buenos trabajadores, que eran para las faenas de extracción del salitre que abunda en el desierto.
Así como abunda el salitre así abundará el dinero. – Dijo el afuerino - Que aún cuando el sol pica fuerte, sabe que los hombres de este valle están acostumbrados a trabajar bajo él, que al final el sol no era tanto. Que quienes quieran ir a trabajar se anoten al final de la comida. Que se trabaja por turnos y a cada cual se le entrega una habitación en donde dormir y colocar sus pertenencias. Que hay cabida para solteros y también casados, siempre y cuando trabajen bien, a los casados, se les entregará una casita pequeña, mejor que las que hay en estos campos. Que el salario se paga con dinero inglés, o sea Libras Esterlinas, que es el dinero que usan los dueños de la Oficina.
El cabrito salió del horno de barro, el pan amasado calientito, el ají: picante, ensalada fresca: chilena y lechugas. Varias jarras con vino tinto y blanco adornan la mesa. Más de un comensal brindó por el amigo del Norte Grande. Alamiro y otros cuatro que son del mismo lado del valle se interesan por la oferta, todos buenos para la pega, pero, Alamiro no se traga por completo lo que dice el hombre, aún cuando es buena la oferta se dice: Acá debe haber gato encerrado.
El afuerino es simpático, cuenta chistes e historias de algunos que se han ido a trabajar con él. Alguien le pregunta si se puede ahorrar plata, otro si es que hay correo para enviar giros a la madre y lo que más intriga es ¿Quién paga el pasaje, y si no gusta, si hay pasaje de regreso? Todo lo cual es respondido de manera positiva.
La reunión duró hasta cuando comenzaron a verse las primeras estrellas, no faltó la comida ni los buenos comedores, muchos andaban con el hambre atrasada y comieron sin medida, otros bebieron hasta quedar tirados. Varios se anotaron para ir a probar suerte al salitre, en todo caso, en cualquier lugar se podría estar mejor, eso creían los que firmaron. Alamiro y sus compadres lo pensaron y quedaron de dar respuesta al día siguiente, total, era lunes y el tren. El Longino pasará recogiendo gente el jueves.
Alamiro lo consultó con su viejo, quien lo pensó y le dijo que se fuese, que había otros hijos que harían su trabajo en la casa. Que prefería se ausente de la familia a que un día tenga que trabajar en el manganeso o plomo y enferme como él.
La madre, preparó la poca ropa que tenía el hijo, lo hizo con lágrimas en los ojos. A falta de maleta, metió todo con sumo cuidado en un saco harinero; mató una pollona y se la cocinó escabechada ya que el viaje sería largo, según decía la gente. Los compadres también fueron autorizados. Al día siguiente a la hora de almuerzo, se presentaron ante Don Francisco Javier, quien vestido de punta en blanco los enlistó, les entregó un ticket a cada uno y les invitó a almorzar, buena cazuela y vino también; la reunión duró menos que el día anterior. Una vez enrolados todos los que asistieron se marchó al hotel en donde permanecía. Buscó la puta más bonita y cara, con ella se perdió entre las sábanas del hotel hasta la hora que subió al tren con su carga de trabajadores, por los que recibiría una jugosa paga, a tanto por cada trabajador enlistado.
El jueves pasó el tren que lleva sólo gente enganchada; en la estación subieron Alamiro y sus compadres, ocuparon dos asientos ya que sería largo el viaje. Don Francisco Javier pasó lista, no faltaba nadie, llegaron algunos sin estar en las listas, pero el enganchador los admitió, luego sumaría el dinero que le caería en sus manos.
La comida que llevaban se la comieron antes de llegar a La Serena, quienes dejaron para más tarde con el calor se descompuso. Los solteros viajan con poco equipaje, cuando mucho una maleta de cartón o simplemente un saco de género. Los casados viajan con mujer e hijos, adeás con toda sus pertenencias, camastros y todo tipo de trastos. En cada estación, el tren se detiene, sea para que suban más trabajadores o cargar agua y combustible para la locomotora que funciona con carbón. Una vez completada la carga, el tren se irá directo, deteniéndose sólo para lo esencial.
A medida que avanza el tren, el paisaje se va secando, poco a poco se comienza a ver el desierto, el verde se va perdiendo con cada giro de las ruedas. Alamiro y sus amigos usan el tiempo jugando eternas partidas de naipe o caminan por los pasillos del tren, el viaje es agotador, cuatro días interminables, en una de las caminatas, Alamiro se percata que también viaja una niña morena, de chispeantes ojos claros, va con sus padres y hermanos, se nota alegre y risueña; de mirada clara y coqueta, él la busca en cada paseo ya en Antofagasta sabe que viene desde Illapel y que se llama Mariana.
Pero, no hay viaje que no termine, finalmente llegan a la Oficina, allí los deja Don Francisco Javier, todo el grupo parado frente a la Administración, a un lado los solteros y al otro los casados con familia. La sequedad es absoluta, nada verde, salvo en alguna ventana, luce algún geranio o una matita de ruda para la suerte. Es casi medio día y el sol achicharra. No se ve un alma en el campamento.
Largas hileras, de “casas” las que más bien son casuchas, varias calles para los matrimonios, que cuentan con un par de habitaciones y cocina. Para los solteros, largas naves, algunos con habitación individual y otros dormirán en grupo. Dos días de descanso tendrán antes de iniciar su trabajo, todo las “viviendas” son de calamina, latas zincadas que en el día se calientan haciendo subir la temperatura sobre los cincuenta grados Celsius en el interior y en las noches el frío es supremo.
Alamiro y sus amigos luego de ser anotados y destinados, recorren el campamento, los cinco con sombreros de ala ancha para capear el sol, cinco minutos son suficiente para conocer todo: la administración, el teatro, la pulpería y la estación del tren y la planta procesadora. Allí se detienen, abren los ojos cuando llegan y ven varios cepos. Hay tres hombres encadenados a ellos, fueron castigados por llegar borrachos haciendo escándalo.
Curiche
Febrero 24, 2007 Año de los trabajadores
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