Cierro mis ojos y aparece tu cálido aliento sobre mi piel ¡Oh! Tus abrazos es mejor que pecar por placer. Respiro sobre tu piel, beso tu cuello y me apodero de ti. Me perteneces... eres mía. Tu cuerpo, tus cabellos, tus labios, tu aliento. Me perteneces. Me amas. Eres mía. Me deseas y yo te deseo... te amo más que mi vida... te amo... eres mi dicha, mi rincón de cielo de crepuscular. ¡Oh, Maldito fantasma! Abro mis ojos y te conviertes en almohada. Y descubro que en el pecho en el cual plácidamente me encontraba recostado, era nada más que un suave colchón. ¿Eres tú, cama, la que más me ama? ¿Eres tú, almohada, la que me engaña? ¿Quién de las dos me da esta jugarreta y me convierte en un desdichado amante solitario?... ¿quién de las dos me hace recordarte? Quizá el fantasma de tu sal, impregnada en mi dulce lecho, deja vivo tu recuerdo y tu presencia que me aniquila cada vez que la luna toca el cielo... o quizá el fantasma de tu sal es lo que queda del amor que me tuviste y que se perdió en los mares de tu amnesia, provocada por otro hombre. Tanto mi corazón te amó, que te dejó partir con otro, sólo para verte feliz. Poco mi corazón lloró cuando tu cuerpo desapareció en el humo de la estación, de la mano del infeliz que me robó la vida. Pero siento el peso de los actos que no hice para que compartieras tu vida conmigo cuando me acuesto en el lecho, impregnado de tu sal que aún conservo como el más preciado recuerdo, porque es tu aroma que ahí yace. Tu aroma yaciente y muerto, olvidado y perdido, como el amor que me tuviste... tu aroma muerto fantasmal, tu esencia de sal, estático y quieto... me perturba, aniquila mi razón y mata... |