"No hay otra, como ·Funeraria Mi Destino·"
(de El Flaco Bottaro, quien violaba difuntos en el furgón que decía "Sepelios")
Ya me lo habían dicho: -Toda dificultad es una prueba para apurarnos un poco más. Es la vieja zaranda; el viejo crisol que nos libra de la escoria. Así, acrisolados por los cambios, por los aciertos y desaciertos, alcanzamos, finalmente, esa plenitud de inocencia y desnudez que tanto admiramos en los niños, cuando aún lo son.
No me acuerdo cuando, pero ya me lo habían dicho: -Cuando te encuentres arruinado, pensarás que vas a morirte famélico, pero no será así. Un rato nomás, sólo un rato, y algo sucede; siempre algo sucede. No es tan fácil, pero así es. Un día respirás distinto, caminás distinto, ves las cosas de otra manera, y decís: -¿Qué pasó? -Y, bueno… nada; simplemente: a-pren-dis-te!!
Ahora que lo digo, viene a mi memoria el método usado por mi madre para hacer madurar más rápido las bananas; era toda una experta en cosas como esa. Su método consistía en envolver cada banana verde en diarios viejos y meterlas, una por una, en un canasto de mimbre, luego, las llevaba a la carpintería, y las dejaba cerca del depósito de aserrín, que era el lugar más seco de la casa. A los pocos días, las bananas estaban bien dulces y maduras. Me parece oírla: -Tato no toques, todavía no están maduras para comer. Entonces, el Tato, mi hermano menor, machacaba su disgusto haciendo chasquear la lengua entre los dientes y se iba con las avispas quemándole el sombrero, llevándose las ganas de comerse una banana. Él no era pretencioso, la hubiese comido así nomás, sin importarle mucho lo verde o madura que estuviese. Pero no, tendría que irse con las manos vacías apretadas en los bolsillos. Lo cierto es que, a pesar del trabajo que las bananas verdes le daban a la vieja, nunca quedaban bien, lo que se dice: bien! Siempre le maduraban desparejo. A veces pienso que la culpa la tenían los diarios aquellos, por las noticias que traían. Eran diarios malditos. Con su herencia resentida. Ese papel estaba contaminado con noticias aberrantes y terribles.
Supongo que tales diarios, así contaminados, amargaban en lugar de endulzar y malograban los mejores propósitos de mi madre para las bananas aquellas. Lo mejor que tenían esos diarios es que eran diarios buenos para envolver, pues eran diarios de hojas enormes. Diarios tradicionales en la república Argentina con ese formato super grande. La Nación era uno, y el otro era La Prensa. A mí, personalmente, nunca me gustaron pues no traían muchas fotografías. Eran pura letra. Estaban llenos de palabras. Casi no traían chistes ni historietas. Mis hermanos decían que eran diarios oligarcas. De eso sí me acuerdo bien. Mi hermana, la que estudiaba filosofía, siempre andaba buscando y coleccionando los suplementos literarios de los domingos. Iba al almacén de Raúl Telechea, aquel vasco radical de Irigoyen, para pedirle, por favor, que le guardara el suplemento de La Prensa del próximo domingo.
Es seguro que nuestras historias de familia, no tienen mucho en común con las espantosas crónicas que hoy podemos leer en los diarios. Y, gracias a ello, mal que mal, fuimos madurando parejito. Aunque, como decía el cura Cipriano: “Sólo el dolor te da verdadera madurez y dulzura, para poder vivir una vida digna”. Lo cierto es que el cura Cipriano era un alcahuete de la policía y de los milicos en los años de plomo. Mucho tiempo después, fue puesto en descubierto por un milico arrepentido. Ese cura fue el causante de la desaparición de Amelia, la rubiecita que vivía a media cuadra de casa y que estaba a punto de recibirse de profesora de historia. Y, claro, no todo es cambiar de color, como el camaleón, o ir del verde al amarillo, como las bananas. El padre Tito, que fue quien lo reemplazó cuando Cipriano se fue, nos decía: “Debemos dejar que el dolor nos haga madurar, extrayendo y desarrollando en nosotros lo mejor de nuestro interior, y eso, sólo es posible, mediante la aceptación del sufrimiento por amor”. Claro, este parecía ser un cura más coherente con su profesión de cura. Por lo menos, algo más que el hábito parecía tener. Eso sí, era demasiado cariñoso con ciertos niñitos.
La “Escuelita de Cristo” de la Parroquia San Antonio de Padua, fue el bálsamo y la terapia psicológica para nuestras desventuras infantiles. Fue la cita aquella de cada sábado en aquel viejo castillo de la calle Lacarra y De La Serna donde aprendimos a madurar, y descubrimos que todos, antes o después, vamos a morirnos. Justo allí, donde el carnaval cobraba sus mejores galas y entusiasmo. Aquel era el centro obligado de cada comparsa, murga y mascarita que deseara vivir su loco y divertido carnaval.
Allí decían presente cada orquesta y bailarín de tango que se preciara de bueno y conocido. El cine San Martín estaba enfrente y, la pizzería del tano Genaro, pegadita al cine, donde, una vez, después de ver “Marcelino Pan y Vino”, un jueves Santo, (porque, aunque no lo crean, hay jueves que son santos, no todos, por supuesto) fuimos a comer con el Tato, dos porciones de muzarella con anchoas, pero, en lugar de pedir dos naranjines o coca colas, estando influidos por el título de la película, le pedimos al hijo de Genaro, dos vasos de vino tinto. Para qué, no pudimos levantarnos de la silla, nos tuvieron que llevar a casa en el furgón de Genaro, llegamos medio muertos y, encima, ligamos coscorrones al por mayor.
Recuerdo la belleza de los cuadros y de los frisos de la Escuelita de Cristo. Ellos me fueron abriendo un universo profundo y maravilloso que de otro modo jamás hubiera conocido. Los gatos negros y gordos que perseguíamos a través de aquellas inmensas salas, nos guiaban a otros cuadros, frisos y esculturas que nos sorprendían. Luego, el despertar del sueño; la poesía, la pintura, la música. Los caminos que se fueron bifurcando y, casi, sin poder notarlo, cambiándose en intangibles sendas. Claro, imposible no mirar atrás, cuando necesitás aire puro, es algo irreprimible no mirar atrás, para no morirte cianótico y quedarte azul-violeta, tenés que buscar oxígeno donde lo hay. “No hay otra”, como decía el flaco Bottaro de la "Funeraria Mi destino”. |