EL ALMA DE BUENOS AIRES - CRÓNICAS DEL PUENTE GERLI
ELADIA BLÁSQUEZ "LA GALLEGUITA"
Cuando aparecen los duendes misteriosos de la noche,
para tener ciertos dones,
hay que ser de Buenos Aires.
Eladia Blásquez
Cobrando una particular fisonomía, mi barrio, fue creciendo como sus voces más entrañables, a puro corazón y emotividad; amando y sufriendo. Esta pasión despertó el atormentado talento urbano del hombre de Buenos Aires.
Este hombre es, en gran medida, el producto del paisaje que lo contiene.
Las huellas del suburbio, pero más aún, las marcas imborrables del arrabal, hicieron del clásico hombre de la ciudad portuaria un espécimen único; un fruto sentimental del árbol telúrico, hecho de individualidades rebeldes, tristes y nostálgicas. Podríase decir que es el producto de un acontecer apasionado y desafiante, colectivamente vivido. Solitario, individualista, de ácidas conjeturas existenciales y porfiados rencores. El hombre de Buenos Aires, emerge de un crisol de razas esencialmente europeas, mayormente española e italiana, provenientes de las corrientes migratorias de la primera y segunda posguerras mundiales. La mujer, inmersa en este mundo dentro de otro mucho más sumergido, fantástico y doloroso, juega un papel fundamental en el carácter díscolo, sensiblero y romántico del porteño. Es dentro de este marco de referencia donde la familia cobra un papel de innegociable importancia, y, especialmente, la figura insustituible de la madre tiene connotaciones sagradas y únicas. La música es el elemento distintivo que manifestará este sincretismo cultural en sus distintas formas a través del tango.
Del suburbio uno puede alejarse, pero del arrabal jamás se regresa. El arrabal está hecho de valores forjados con el fuego de la pasión, el coraje, el honor y la hombría. Tiene sus propios códigos de amistad y pertenencia, fundidos para siempre en el corazón sentimental del porteño. Tal como lo recitara Troilo: “Dicen que yo me fuí de mi barrio/ pero ¿cuándo? ¿cuándo?/ si siempre estoy llegando.” El arrabal y el hombre se hacen uno en el porteño. Donde quiera que vaya el porteño, allí estará el arrabal.
Justamente, de sus entrañables voces quisiera rescatar aquí, la de Eladia Blásquez. Vivió su infancia en un barrio de Avellaneda, a pocas cuadras del Puente Gerli. El barrio se llamaba “Villa Angélica”. Su casa estaba sobre la calle, recién pavimentada, Velez Sarsfield. Era inconfundible para el traseúnte que caminara esas veredas de baldosas flojas, removidas por las inundaciones, el claro y familiar discurrir de su piano.
La conocíamos entonces como “la galleguita”. Su padre, extremadamente delgado, comía bifes de lomo con puré todos los días para llevarse bien con la úlcera péptica que le roía el duodeno desde hacía una punta de años. Angelito, el carnicero de al lado de su casa, le preparaba todos los días el bifecito de lomo, desgrasado y no muy grueso, que yo le acercaba hasta su puerta todos los días.
A la galleguita casi nunca se la veía. Una vez, cuando la inundación fue casi un desastre universal en toda esa vasta zona de los bajos de Gerli, pude verla salir de su casa por la ventana, para subirse al bote inflable de los bomberos voluntarios de Echenagucía. Para mí fue como ver algo inalcanzable, como si fuera una estrella que sólo se puede ver raras veces y que sólo sirve para hacernos soñar.
Un dia estaba parada junto a la puerta, cuando yo, con dos chicos del barrio, venía de pescar ranas en el baldío del ferrocarril Roca. Ella estaba allí. Sus medias blancas tres cuartos. Su cabello siempre bien peinado, su pollerita tableada azul y su saco gris de colegiala nos hacía despertar no sólo curiosidad, sino, también cierta codicia infantil por entrar a ese mundo, que se nos antojaba más claro, divertido y mejor provisto que el que nosotros conocíamos. La saludé con la mano en alto desde la vereda de enfrente, pensando que no me contestaría el saludo, pero grande fue nuestra sorpresa cuando no sólo que me saludó con la mano en alto, sino que me gritó -chau Nito. Hasta muchos años después, cuando el destino me permitió hablar con ella, pude enterarme que Eladia conocía el nombre de casi todos los chicos del barrio. Los averiguaba a través de la señora de Angelito el carnicero. La que, gracias a Dios, en paz descanse.
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