Cartas para Alma II
Por Paco Valencia
Tomados de la mano transitamos al olvido. Distantes de calma bordeamos la selva de los cuerpos. Peldaño a peldaño trepamos el verde que te amarga, el roce moral de los corazones. Y así, tomados de la mano nos vamos a la muerte de los besos compartidos.
El sentimiento es el pendejo, dijiste. Y es que duele verte en desamor cuando a pesar de las horas juntas, nos evitamos la mirada para salvarnos del futuro mar entre los dos.
No es que te ame a muerte, lo sabes, pero encantas en el primer instante. Luego nos mordemos lento, casi fuego casi ardor.
La lluvia nos comió los pasos, corrompió al silencio. Vagamos en la masa humana que pasaba a nuestro lado y a pesar de todo buscamos el desierto para abrumarlo de la complicidad anidada en tus ojos claros. Amantes nos juramos sobre la arena, en la proximidad de tus labios.
El calendario se desnuda desde aquel ayer. En las horas te comparto con el frío y los pasos; el café y el cigarro. Te busco en el tiempo de los gatos pardos y paso por los adormecidos viejos barrios buscando tu celosía para trepar por ella y robarte el aliento, el sueño que mora en tu cama.
El desencuentro lo provoca tu ausencia común, no estás, evitas el azar de los naipes. Te has dado por vencida, prefieres, por seguridad, ver al norte.
Recuerdo que eres mi abrigo de invierno, como dice el blues, y en los bolsillos sofoco las manos que sudan tu sacrificio carnal, imagino que en los tuyos también los ríos se inquietan.
La cronología no importa, si la historia compartida. Aquella vez cerca del asfalto nos tumbamos durante lunas en los bejucos y hablamos sobre amores de ayer. Quería decirte que era tuyo y que recitaras amor de mí. Las estaciones viajaron veloces, igual tú. Nos hicimos pequeños aliados del manto negro y caminamos solitarios hasta el encuentro de tus ancestros, un frío alevoso me llevó a los míos. Difícil fue vaciar los ojos esa noche, entre cuatro paredes volaba gris, y en cada uno de esos puntos latías real. Al final, cansado, me dejé morir.
Te has convertido en mi brújula, referente interno. Con voluntad propia el sendero me lleva hasta el nacimiento de tu mañana... hueles a recién cortada y te llamo con el nombre que me diste.
Rompecabezas me disfrazo en tu ausencia, las piezas no encajan a fuerza, me fugo entre tus dedos. Ojalá estuvieras aquí.
Tendido en la marea de tu pelo hago cartas que nunca envío, también evito destino. Costumbre de soledad, me consuelo. Al mismo tiempo te deseo aventurera eterna, dueña de ti, de la vieja tierra que te llama urgente.
A veces contigo, me detengo para ser sombra, sigiloso saltar la cerca de tu cuerpo, rondar ese viento, acosar tus besos. No resulta, no me atrapas ni te digo...
Las cartas no terminan aquí, y aunque moriste en el último final, te seguiré escribiendo; hoy o en la siguiente estación. Deja caer los párpados. Duerme bien.
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