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Cartas para Alma
Por Paco Valencia

Somos de corazones miserables, ¿te acuerdas? Vivimos solos, prestándonos el amor, esperando que quizá algo mejor llegue a suceder.
Ayer desperté con la esperanza de no volverte a ver, con la ilusión de retener la estela que dejaste, de endiablarme con el fuego de tu ausencia.
Dijiste sin querer, ¿te acuerdas?, que el amor es humo, no dejarte llevar por los desniveles de la sinrazón. Que querías guardar pantanos en los bolsillos para hacer alarde de la fuerza que robaste al cielo.
Combinabas con los colores del otoño, te sabias bella y además cantabas de dolor; dolías en el viento de la tarde que dormimos abrazados retando a las historias de amantes que terminan en tragedia.
Surcamos horas antes ¿te acuerdas?, los cuerpos amorosos el uno del otro, nos mojamos los pulgares en licor, nos amamos hasta el final más final, bacha de cigarro que se consume lento en la orilla del cenicero. Y me besabas diciendo adiós. Yo urgente de tus labios me dejaba soñar que era manantial, bañaba tibio los poros de tu carne blanca. Rozaba a veces, tu mirada tormentosa, el volumen de tu sexo, el peso de tus muslos, la confianza de tu pecho.
Amabas en esos momentos que te llamara por tu nombre, te acomodabas de costado y llovías en el instante de abandonar el lago que bautizamos. Más olías a mañana, sin angustia; sin temor... Y moría de amarte, tormentas bañaron mis pies desnudos, frío de olvido, invierno de corazones.
¿Qué te parece si nos matamos ahora? Te pregunte. Reíste, ¿te acuerdas? Te colgaste del cielo negro que acababa de nacer, escupiste estrellas, volviste a reír tomada de la mano del cuarto menguante.
¿Cuántos siglos te parecen suficientes para acabar de una vez? ¿Uno?, ¿dos?, ¿tres? Tic... tac... tic... tac... tic... tac. Murmuraba el reloj.
Suplicante aunque contradictorio, te pedí prestadas las hojas secas de tus manos, el temporal que te hacia volver de vez en cuando.
Fuera de mi alcance, abandonaste la luna que te sostenía, te pegaste a la pared de ladrillos amarillos, tornaste en aerosol technicolor, dibujaste lo que pensaba era amor de mi. Nuevo engaño, hija de trampa personal del que espera un beso para el gran final.
Ahora la pregunta se tornó real, ¿qué te parece si nos matamos ahora, amor? Ajuste las mangas de mi camisa para no mancharme de tus sueños que quedarían regados en el suelo, me miraste turbia, con las perlas mordiendo tus labios, respirando el último azul de la habitación. Y disparé. Bang, bang... Mis besos rojos de sangre marcaron territorio, te restaron la memoria, caíste derrotada.
Apenas terminada la escena, recogí los restos de ti para regarlos en el perfume del viento. De testigos, el pelo de la noche, las alas de las nubes, mi corazón embravecido.
No creíste que te llegara a matar de amor ¿verdad? Por que el amor no es humo como dijiste, es romance de compromiso, soñarte embriagado, celar los añejos abrazos, rezar a la orilla de tu cuerpo, perder con tu ausencia.
O dime, ¿qué piensas del humo de tu amor ahora anegada en el agua de mis deseos?
Me dan ganas de marcharme, intentar lo de ayer, imaginar que existes solo en la pluma violenta que devora páginas virulentas. Y no es posible, pues a cada instante te observo, me consume tu aliento, el centello de tu boca, el amor negado.
Que más da, amor. Te guardaré en la maleta para aunque sea solo en la inconciencia llevarte a mi costado, imaginar que no nos matamos de amor, que el sueño en eso queda, en la ilusión de una almohada despiadada que sofoca y acaricia, ahí donde juntos descansamos la cabeza, ¿te acuerdas?.
Te dejo morir, amor, quizá esta sea la última carta...

Texto agregado el 19-02-2004, y leído por 184 visitantes. (0 votos)


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