Ingresé a la Universidad a estudiar física. El estudio de esta ciencia me hacía pensar muchas cosas. Que podrían existir infinitas posibilidades de manejar o crear cosas. Me hice en mi curso, amigo de un chico extranjero, con el cuál compartía mis pensamientos. Él practicaba magia. No diré ocultismo por que eso sería más bien otro tipo de filosofía, y tampoco brujería, ya que de lo que hablo es mucho más poderoso que la brujería.
Él me hacía recordar a mi abuelo, viéndolo realizar portentos similares. Me empecé a internar en este asunto y comencé a aprender rápidamente. Una noche me comentó sobre un libro muy poderoso y también peligroso, del cual a lo más habrían dos ejemplares. Uno lo tenía el consejo de los Antiguos, un supuesto grupo de hechiceros, quienes lo resguardaban por su peligrosidad. El otro se presumía perdido, no se sabía hace siglos sobre su paradero. Al oír su descripción pensé que tal vez uno de aquellos libros, en la vieja biblioteca, podría ser aquél.
Sin decirle a nadie, una noche me dirigí sigilosamente a la biblioteca, como luego lo haría todas las noches.
Allí comprendí que la magia de mi abuelo iba mucho más allá de lo que hubiera imaginado. Por lo tanto sabía que si aquél era el libro debía avocarme a lo básico primero, sino mis poderes podrían perder el control.
Así, con el tiempo fui haciéndome más huraño y no compartía con nadie. Mis padres me decían que no pasara tanto tiempo solo, a mi no me importaba lo que me dijeran. No hablaba con nadie y a duras penas asistía a clases. Me comencé a hacer bastante poderoso y esa idea me alucinaba y me dejé llevar sin medir las consecuencias. Invoqué a espíritus lejos de este mundo que llegaban para servirme y adorarme. Finalmente pasé al estudio de ese extraño libro, sabía que era ese libro perdido, el libro oculto de Sahanaerel… ¡Ahora comprendía todos los símbolos! ¡Y los podía invocar!
Practiqué meses para el conjuro final, el que terminaría por elevarme al nivel sobrehumano que me correspondía.
La noche en que lo recité, incluso mi rostro estaba desfigurado por la ambición. Estaba seguro que lo lograría y no tomé precaución alguna. Mientras mi familia, mis padres y mis dos pequeñas hermanas, cenaban, yo me encerré ocultamente en la que ya consideraba mi biblioteca.
Había estado todo el día memorizando el conjuro que tanto me había costado descifrar. Lo repasé múltiples veces, ya que debía recitarlo a las 4 de la madrugada, de aquella noche de luna naciente.