No tengo con quien hablar ni tampoco a quién escribir. Es por eso que dejo volar este papel por los aires, por si tiene la fortuna de caer en manos de alguien, y así dejar un testimonio de mi aterradora historia.
Por mi culpa mis seres queridos han muerto de una forma terrible. Debo reconocer que yo fui el causante de sus decesos.
Me lo advirtieron tanto pero yo no les oía. Me siento a punto de perder la razón, es por eso que les aviso que quizás podría escribir cosas para vosotros incoherentes, no obstante lo que os contaré es absolutamente cierto ¿Cómo no creerlo al ver desgarrados sus cuerpos?... Al sentirlos en mi cabeza…
Mi nombre es Alazif Alhazred. Nací en una familia patriarcal y de buena situación económica. Mi abuelo era árabe, pero emigró en su juventud y constituyó su familia en otro lugar… prefiero no dar nombres.
Nunca contó por qué se había ido de su tierra natal y cuando se repreguntaba sobre el asunto enfurecía, así que jamás lo supimos.
De niño me gustaba espiarlo cuando se encerraba en su biblioteca. Yo tenía mi propio rincón secreto por donde mirar y después, en la noche, fantaseaba con poder lograr los portentos que él secretamente ejecutaba.
A pesar de mis ruegos, nunca accedió a que entrara en su estudio, aún cuando era adolescente.
Recuerdo el día de su muerte como uno de los más extraños de mi vida. En toda la casa se sentía un acre olor a azufre, pero no había humo y nada se había quemado por los alrededores. Nos percatamos que el abuelo no estaba y comenzamos a buscarlo. No lo encontramos y decidimos violar su regla, entonces forzamos con mi padre, la puerta de la biblioteca. Allí estaba él, dándonos la espalda sentado en su viejo y enorme sillón. Pilas gigantescas de libros encuadernados de cuero negro y rojo, colmaban el escritorio. Nos acercamos hablándole, sin embargo no nos respondía. En ese momento mi corazón ya había comenzado a saltar.
Solo de reojo pude ver los extraños símbolos en las portadas de unos cuantos libros. En algunos habían runas doradas y en otros… no podría explicarlo, eran demasiado complejas y distintas, al parecer ningún símbolo de repetía, siempre le continuaba uno totalmente nuevo. Jamás había visto escrituras así, pero tuve que dejar mis pensamientos de lado al escuchar un grito ahogado de mi padre.
Miré a mi abuelo, su piel estaba intacta y sus ropas también, pero su rostro reflejaba un inmensurable horror, pero eso no era todo; sus ojos estaban abierto pero las cuencas oculares estaban vacías, sus ojos se habían quemado. Lo toqué movido por el instinto, pero tu tacto me dejó una quemadura en mi mano.
Tuvimos que esperar todo el día para poder toarlo y sacarlo de allí. Mi abuelo se había quemado por dentro y no había explicación posible. Mi padre continuó con la vieja regla de mi abuelo, nadie entraría en la biblioteca.
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