-¿Querido? –dijo mi esposa –No olvides pasar por la lavandería a buscar tu traje, porque lo vas a necesitar mañana para la reunión de amigos del colegio.
-Si mi amor, no te preocupes -le grité mientras recogía un sobre en la puerta de mi casa.
Cada diez años la misma cosa, pero que se le va ha hacer, hay compromisos en la vida a los cuales uno no puede faltar no importa cuanto los odie. En la escuela yo era el niño al que todos molestaban, era pequeño, usaba lentes bastante gruesos y para completar la gama de cualidades del niño tipo en estos casos, no era capaz de realizar ningún deporte decentemente y me iba bastante bien en mis estudios. Si, en verdad odio esas reuniones, ¿y saben porqué?, porque no siento aprecio por ninguno de mis compañeros. En mi vida actual como adulto no tengo contacto con ninguno de ellos a no ser en estas reuniones, y no lo lamento.
Me subí al auto y encendí el motor. La calma ya había llegado a mi cuerpo con la rapidez habitual de la que me sentía tan orgulloso. Yo sabía que en mi profesión no era admisible dejarse llevar por los nervios, en todo momento era necesaria una perfecta calma porque el más leve descuido siempre traía muchos problemas.
Puse la palanca de cambio en directa para salir de la casa, siempre lo dejo así por seguridad, si tuviera que poner reversa para sacar el auto y luego directa, en ciertas ocasiones me ocasionaría perdidas de tiempo que no me puedo permitir. Dirigí el auto hacia mi oficina por calles que conocía de memoria, había hecho este recorrido los últimos 10 años desde que mis ganancias me permitieron tener una oficina más cerca de casa. Estacioné frente a la puerta principal del edificio en el que trabajaba, me bajé del auto, saludé al portero que me habría respetuosamente la puerta y me dirigí sin mirar a nadie más hacia mi oficina en el segundo piso. En ese lugar abrí el sobre que había recogido en el cual yo sabía que se encontraba mi próximo trabajo, leí cuidadosamente el contenido y una sonrisa cruzó mi rostro, volví a leerlo para estar seguro de no cometer ningún error y luego lo destruí en la trituradora de papeles. Aún era temprano y tenía tiempo suficiente para descansar unos momentos, mi mente vagó sin fijarse en ninguna idea en especial, estaba feliz porque el trabajo lo iba a disfrutar, era bastante fácil de ejecutar, podría hacerlo solo, rápido y sin una gran preparación. Ya había hecho muchos como este y entraba en mi rutina de forma perfecta. Mientras hacía hora para salir decidí limpiar mi arma para que esta funcionara a la perfección, la desarmé en todas sus partes y me dedique a la prolija labor de engrasar y limpiar cada una de las piezas para que funcionaran sin el más leve error, después de que la hube armado comprobé si tenía suficientes balas en el cargador, estaba lleno, por previsión tomé otro cargador y lo puse en el bolsillo de mi chaqueta, ya era hora de salir.
Sabía perfectamente como llegar al lugar, esta era otra de las cosas sobre las cuales estaba orgulloso, mi capacidad para saber como llegar sin problemas a casi cualquier lugar de la ciudad. Una vez en el auto me dirigí hacía mi destino. El camino era corto, si no hubiera estado amenazando lluvia quizás hubiera ido caminando, pero no tenía intención de mojar mi nueva chaqueta de cuero, bastante cara me costó.
Una vez que hube estacionado el auto me recliné un poco en el asiento y empecé a repasar todo lo que tenía que hacer para que no existiera ningún error en el momento de actuar, no quería que nada estropeara esta ocasión, todo iba a ser perfecto porque tenía que matar a una persona que había jurado asesinar. Probablemente ya sospechen de que se trata, era uno de mis compañeros de colegio, no el peor, pero yo había jurado matar ya a mucha gente. Su nombre es Ronald, igual que el mío. Pero el siempre me dijo Ronzo y ya se que no tiene mucho sentido pero cuando se es un niño eso no importa, lo que importa es la intención. Ronald trabajaba en una tienda de abarrotes que estaba en la acera del frente a la que yo estaba estacionado. Era el jefe, y el informe que se me había entregado indicaba que llegaba a las ocho de la mañana a trabajar, siempre era el primero en llegar y el último en irse, por lo que era este un buen momento para actuar.
Ya terminadas mis reflexiones me dispuse a esperarlo, en ese mismo instante lo vi aparecer por la esquina en frente mío y cruzar la calle en dirección a su tienda, tuve que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no ir por el en ese mismo instante, me vinieron a la mente todas las torturas que había padecido por su culpa y estuve apunto de correr y estrangularlo, pero como en otras ocasiones, la calma recorrió mi cuerpo en el momento preciso en que era necesaria, una de las razones por la que todavía sigo en este negocio.
Lo vi abrir la puerta de rejas que con un chasquido se enrolló sobre su cabeza, sacó los candados que usaba para mayor seguridad y entró a su tienda. Me aguanté en el auto hasta que por fin dio vuelta el cartel de “Abierto”, y en ese momento descendí y crucé la calle.
Abrí la puerta como un cliente cualquiera y sonó una de esas desagradables campanillas que en algunas tiendas le indican al dependiente que ha llegado un cliente. Ronald estaba subido en una escalera ordenando unos clavos y se disponía a bajar cuando le dije que no se preocupará, que le quitaría muy poco de su tiempo.
-No se moleste, ¿Señor... –dije.
-Ronald, Ronald Kaff a su servicio. –respondió el hombre mientras bajaba por la escalera mirándose los pies para no fallar ningún escalón.
No esperé a que me mirara, en todo caso no creo que me hubiera reconocido, no lo veia hace diez años. Apreté el gatillo. El disparo salió con precisión, le entró por la espalda y luego le atravesó el corazón, Ronald pegó un gemido apenas audible y se desplomó ya muerto sobre una vitrina que mostraba una infinidad de pequeñas piececitas de metal.
En ese momento desperté, pegué un salto, y las sabanas que ya estaban al borde de la cama cayeron al suelo. Me senté en la cama temblando descontroladamente mientras trataba de dilucidar si lo que me había pasado era un sueño o realidad, todavía no había despertado por completo.
Mi Señora dio un salto al mismo tiempo que yo, asustada, no sabía que me había pasado.
-Ronald- dijo con la voz adormecida- ¿estás bien?-.
-Si- le dije sin mucho convencimiento – solo fue una pesadilla.
Mi cabeza me dolía, estaba todo traspirado. En el despertador las manecillas marcaban las 06:30, era muy temprano, pero seguro que ya no me quedaría dormido antes de las 07:30, mi hora normal de levantarme. Le dije a mi señora que no se preocupara, que volviera a dormir. Ella se dejó caer sobre la cama y en treinta segundos ya estaba escuchando su suave respiración y su pecho subiendo y bajando lentamente. Por ese lado ya estaba todo en orden, solo me faltaba calmarme para poder salir a trabajar como todos los días.
Me levanté y empecé mi ritual matutino. Fui a la cocina a prender el califont y después a calentar el agua de la ducha. Me metí a la ducha y me lavé entero, me sentía cochino, tenía el sueño pegado a mí.
Después de ducharme me vestí y fui a la cocina a prepararme el desayuno. Todo iba bien hasta el momento, nada estaba fuera de lugar. Me preparé dos tostadas de pan de molde con mantequilla, nunca margarina, un jugo natural de naranja y un vaso de café con leche helado. Tome todo tranquilamente sentado en la mesa de diario de la cocina leyendo el periódico. Una vez que terminé me dirigí a mi trabajo. El día amenazaba lluvia, así que agarré el auto y me fui tranquilamente, más lento de lo habitual, por calles más vacías, muy tranquilamente. Para mis adentros me decía que debía levantarme todos los días un hora antes y así evitarme el taco que se producía en las atestadas calles de mi ciudad, pero sabía que sería algo que nunca haría, no tenía ni la disciplina ni la fuerza de voluntad necesaria, además me gustaba mucho dormir.
Ya en mi trabajo decidí aprovechar el tiempo para ordenar algunos estantes, traje la escalera y me subí a ella. Escuché el timbre que avisa la llegada de un nuevo cliente. Empecé a bajar para atender al madrugador cliente.
-No se moleste, ¿Señor….?- escuché a mis espaldas.
-Ronald, Ronald Kaff a su servicio- dije.
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