El día empieza temprano, tempranito con unos amargos para arrancar. Euli, como le dicen todos, puso la pava con su niño mas pequeño agarrado como abrojo a su cintura. Son ocho los otros hijos, el mas grande ya tiene 16 y pronto emprenderá su propia familia. Todos trabajan, la familia entera colabora en este oficio que lleva generaciones.
Cosechar la yerba mate requiere de mucho sacrificio y como en casi todas las provincias argentinas en que se siembra la precolombina planta, el trabajo se hace a mano. Lleva tiempo tener la destreza necesaria para no arruinar la planta al momento de tomar el machete. Los mas grandes aprendieron del Oscar y ya trabajan casi solos. Los mas pequeños hacen el bulto para acopiar y llevar a los camiones.
El monte misionero, esta lleno de estas familias que viven ahí mismo. Que viajan como golondrinas de campo en campo cosechado para los pocos dueños de la tierra. Dueños que pagaran unos miserables pesos al día. De ese paquete que llega a tu mesa y que cuesta unos tres o cuatro pesos en promedio, solo algunos centavos son para esta familia que empieza con el proceso. Y algunos quiere decir menos de cinco.
Me acerque gracias a Oscar que me dejo llegar hasta donde trabajaban. Los dueños de los campos no los dejan traer a nadie que no trabaje, el miedo a que se exponga esta explotación les hace prohibir la visitas de cualquier tipo. Lo mas triste es que solo la vergüenza de que otros sepan es lo que les da miedo, porque este trabajo casi esclavo y que rebaja la dignidad de la persona a lugares insospechados, parecería no tener nada de ilegal, al menos para los gobiernos.
Meto la mano en la mochila y desenredo mi cámara digital del reproductor de MP3 para poder robarme ese instante. Dos o tres tomas. En ese momento me invade un sentimiento extraño. Me siento equivocado, seguro de ser lo mas superficial que pisa este mundo. La imagen capturada me muestra a los niños detrás de aquel hombre que tiene una edad imposible de calcular, esta sucio y harapiento. Los niños, parados en ese sol despiadado, juntan lo que va cortando golpe a golpe y lo amontonan sobre una manta. Miro esa imagen con la vista nublada por el sofocante calor y me abofetea; siento como si los niños hicieran cola detrás de su padre para envejecer, para dejar su niñez y su juventud en aquel esfuerzo. Para matar su salud en el intento de salir de alguna manera de aquella vida.
Esa tarde sentí que la inteligencia y la evolución tecnológica eran un invento, algo que pusimos en el mundo para justificar nuestra pobreza de espíritu. Que tu nuevo mensaje en mi celular en el que me preguntas si todo esta bien, nunca lo podre contestar. Nadie lo puede contestar porque esta todo mal, porque no hemos aprendido nada, no somos mejores que antes y tal vez nunca lo seamos.
Al final de otra jornada cansada, harta de trabajo, al final de otro día de callos en las manos y dolores de espalda que ya son como el sol de cada día. Ahí mismo en el momento en que reían y tomaban unos mates con nada mas que la sonrisa para compartir, en ese instante pude ver que eran felices. Sin necesidad de nada mas que ellos mismos y su sufrimiento. Sin apuros, ni Internet, ni noticias, ni 180 canales satelitales, sin mensajes de texto, ellos que no tiene nada mas que su esfuerzo para empezar mañana otra vez por unos pocos pesos, eran felices.
Y yo, mientras ellos hacen este trabajo día tras día, y lo hicieron en los últimos meses, como taferos o cortando caña de azúcar en Tucumán o levantando papas en provincia de Buenos Aires o el algodón en el Chaco, yo creo que no. Creo que la felicidad es algo que mi superficialidad nunca me permitirá ver. Porque ahora mismo mientras escribo esto, mientras lo leemos he intentamos justificar o evaluar cualquier cosa, lo superficial somos nosotros. Los que sufren, de esta y muchas otras maneras, lo que mueren por causas evitables en todas partes, no solo de mi Argentina, sino de mi América, de todo el mundo, son ellos. Ellos son el espíritu de este texto. Y si algo es seguro es que el espíritu de cualquier cosa debe estar mas cerca de la felicidad que nosotros. |