Debo estar muerto...
Al menos para todos los que me hayan conocido. En lo que a mí concierne, no lo sé...
Quizá esta tediosa y prolongada incertidumbre, este aturdimiento que padezco hace ya no sé cuanto, sea acaso la muerte...
Viajaba hacia Tucumán, un diciembre en vísperas de nochebuena buscando un aventón. Cansado, había caminado por kilómetros soportando el sol, el viento y la sed, desde el mediodía.
Una estúpida decisión me había puesto en este trance y en condiciones inapropiadas para enfrentarlo... al menos a pie.
Al norte de la Provincia de Córdoba, sur de Santiago del Estero y Catamarca, se extienden las Salinas Grandes. Un inmenso manto blanco, encharcado aquí y allá, tan plano y monótono que no se puede confiar en lo que uno ve...
A lo lejos el horizonte parece un mar silencioso y calmo que se comba hacia el cielo. Todo parece deformarse, hasta la misma homogeneidad se distorsiona en capas difusas, reverberadas por el castigo del sol.
Cuando la tarde menguaba, los colores endiablados por los espejismos a lo lejos, tomaban mis sentidos y parecía navegar sobre una alfombra fantástica que se mecía como las aguas en el océano, abajo, arriba, extendiéndose y contrayéndose...
El sol caía sobre el oeste y mi sombra, cada ves más difusa, se alejaba desde mis pies hacia el este, como queriendo alcanzar mas aprisa el próximo anochecer. Solo la carretera que ondulante penetraba el paisaje, me orientaba mientras se liberaba del calor del día, en su suave irradiar.
Pensaba en la demora imprevista, que me había situado a esta hora, solitario en este desierto salino.
- Quién a esta hora, en esta fecha cruzaría este desierto?
Todo el mundo estaría en familia, sonriendo impacientes por la llegada de la cena y la hora de los abrazos, los besos y los obsequios,... a las doce.
Me sentí por enésima ves estúpido!, caminando en el medio de la nada, abandonado a la suerte de que algún vehículo se detuviese a auxiliarme y alejarme de esta creciente oscuridad hacia Santiago... Pero nada, ni nadie.
Cuando mi sombra se borró dejándome solo, una brisa expulso al fuerte viento que tanto me torturara durante la tarde... luego nada, la más absoluta calma.
Me detuve alucinado por el silencio. Me sentí extraño como presagiando algo. Contemple el abismo hacia el este que en su negrura, parecía una caverna que se abría avanzando hacia mí, desde los agujeros negros mas allá de las estrellas y de todo entendimiento.
Gire evitando esta ilusión como si el dorado hilo del ocaso, al oeste, fuese una imagen familiar, como un cuadro en mi habitación. Los últimos rayos solares se extendían hacia mí, ofreciéndose como los brazos de una madre brindando refugio a su niño, que asustado dudaba en el medio del peligro.
Mi corazón era un concierto en el silencio, el roce de mis manos, mi estomago crepitando, mis huesos... todo mi cuerpo había adquirido vos y parecía recriminarme este percance.
En segundos, como de una insólita y fantasmal puesta en escena, el telón cayo!... y ya no recuerdo haber percibido cosa alguna con mi vista. La autopista se confundió en la gran sombra de kilómetros de extensión.
En la oscuridad algo amorfo se gestaba, una entidad que mi imaginación sensibilizada, magnificaba por el miedo y la falta de referencias mas que solo el aire en mis pulmones y mis pies sobre el piso...
- He aquí, -me dije- la noche madre!, el refugio de las sombras!...
Creo, lo enuncie desafiante, para adquirir un poco de valor. Mas ya radicado en mi garganta, estaba el grito atorado a la espera del mas leve sonido para desenfrenar el terror que comenzaba a aglutinarse en mi pecho.
Comencé a girar como una bailarina. Desconcertado buscaba ese ¨algo¨... ese algo que sutilmente asechaba, esperando, contemplando mis movimientos...
Algo había allí!, en la oscuridad... Que alimaña salitrosa esperaba sin manifestarse abiertamente, ocultando quién sabe que intensiones...
No había olores en el aire quieto, ni calor, ni frío... mi alma soporto el peso de mi cuerpo que se quebraba al doblegarse tembloroso...
Al fin, caí de rodillas... mis manos tanteaban el suelo. El contacto con el asfalto, me calmo un poco.
- Al menos la carretera esta aquí! -pensé...
Pero ese algo que presentía, aun me estudiaba desde el refugio de mi ceguera. Estaba a su merced y mis nervios entumecían mi cuerpo. Me dolían los ojos que inútiles trataban de atisbar en la nada, saliéndose de sus cuencas como si pretendiesen tocar, ya que no podían ver...
En el borde de la ruta, que reconocí al manotear hacia mi izquierda, un eléctrico escalofrío penetró mi sangre al rozar algo como hierba. Mas un nuevo contacto con aquello desconocido, terminó por echarme hacia atrás cayendo sentado sobre el asfalto... Esta vez me pareció que esta supuesta hierba se trasladaba sigilosamente como evitando mis manos.
- Hierbas?, - me pregunté- Aquí no crece nada!, - me contesté para desesperarme aún mas...
- Que maldita ponzoña podría entonces merodear estos estériles salados?
- Que demonio creaba mi mente para mortificarme?
Retrocedí torpemente, lastimando mis codos al apoyarme sobre ellos. Sentí un ardor tan fuerte en la herida por la sal, que mi piel se estremeció desplomando mi cuerpo todo a lo largo sobre el asfalto.
Un nuevo ardor, siguió a una puntada aguda que mi pierna sufrió seguida de un tamborileo sobre mis pantalones. Me sacudí espantado y una nueva impresión me heló la sangre. Me pareció desplazar de un golpe, una especie de bulto con largas ramitas que se abrían desde un centro hacia todas direcciones. Su tamaño, considere que era como el de una palangana por su peso y las patas o antenas, que le revestían. No sé que sería esta traicionera criatura, mas lo que sea, me había mordido o picado.
Mientras retrocedía esperando un nuevo ataque de aquello en la oscuridad, pensé seria una araña por la suavidad y rapidez de sus movimientos que no provocaban sonido alguno, aunque me desconcertaran su tamaño y peso...
- Cómo podría sobrevivir esta ¨cosa¨, en este inhóspito desierto?
Unos segundos después, una dulce sensación de paz comenzó a inundarme, el miedo se apartó y una soñolencia dominó mi espíritu... Tendido sobre mi espalda, con una mueca estúpida y placentera, contemple el sinfín de estrellas en el marco oscuro del cielo. Colores maravillosos desde la negrura, se empezaron a entrecruzar como tormentas de cometas y espectros infernales consumiéndose, estallando y desapareciendo al amor del infinito que las acogía...
Sabía que algo andaba mal, mas la sensación de alucinación y de sosiego que me paralizaba, no permitía de mi ni un pestañeo.
Permanecí así por un largo rato... Poco a poco un temblor leve parecía partir de mi cuerpo y trasmitir al suelo su vibrar... y toda la superficie muerta adquirió de pronto vida e imitaba el ritmo de mis latidos...
Luego fueron secos y graves estallidos de tambores gigantescos con epicentro en mi pecho. Todo el suelo se sacudía preso de mis espasmos epilépticos que abusando mi falta de voluntad, no dejaban de brotar...
El galopeo se hizo tan violento que llegó a ser desesperante, a tal punto que creí que estallaría... mas progresivamente el efecto se empezó a alejar hacia algún punto en la noche, que se porfiaba en su abismal oscuridad.
Ya mi inmóvil humanidad, no era el centro de este fenómeno. Esto reavivó mi esperanza de tomar de nuevo el dominio de mí mismo, para de alguna manera, como fuese, tratar de incorporarme y alejarme de ese punto en el que las criaturas de la noche salina, usurpan la voluntad y el movimiento, para jugar sus ritos de sangre y muerte.
Luche entonces por levantarme del suelo, mas apenas pude moverme. Sentía parte de mi cuerpo amortiguado por calambres agudos... Mi mente hervía presa de una fiebre creciente... mis ojos saltaban y giraban sin control... asustado, quise gritar, mas mi boca se quedo helada y sin reacción...
Algo extraño comenzaba a acercarse desde lejos...
Apenas pude sentarme girando sobre mi izquierda, mis nervios dieron otro salto. Un rumor en las sombras surgido de la nada, se aproximaba... pues lentamente su clamor fue creciendo, como un rugido de fauces demenciales y gigantescas.
Sin saber yo de donde provenía comprendí enseguida que esa monstruosa ¨cosa¨ sin importar de donde y hacia donde se desplaza, tiene una dirección con paso seguro, por donde yo estaba!.
Cuando creí inminente el encuentro con aquel fenómeno, algo muy dentro de mí, me obligó a levantarme.
A duras penas corrí gritando de pánico, corrí sin sentido alguno mas que el de mi instinto. Caí varias veces desgarrando mis ropas y lacerando mis manos y rodillas.
El rugido y el temblor eran aterradores, estaban ya allí conmigo!.
Un último golpe, una última caída...
Entonces chillando de histeria, me entregue a lo que seguramente haría de mi una marioneta en carne y huesos desgarrados.
Mis pies perdieron contacto con el suelo y mi cuerpo sin peso comenzó a girar a la deriva en un terrible torbellino... mi cara recibió un castigo de sal y agua, los ojos me ardían como si el infierno mismo se hubiese mudado a ellos. Mis manos en carne viva se contraían de dolor, tratando inútilmente de asirse al viento...
Girando y gritando, me contraía y me abrazaba a mí mismo. Sentía que estaba a una altura increíble, en una danza demoniaca, en un aborrecible aquelarre con alas sanguinolentas quebrándose en un esfuerzo desesperado por huir... huir del horror!.
Y huí... pues la garganta huracanada me escupió, precipitándome al vacío!...
Debí caer, caer una largo tiempo. Mi peso se hizo sentir en la caída y perdí el conocimiento, pues desperté hecho un despojo, mi rostro contra el suelo con agua salada entrando por mi boca y nariz. Mis miembros estaban desarmados, no sentía dolor alguno...
Pasaron siglos por mi mente... Viaje por confines ignorados de mi vida... y me dormí...
Y desperté...
... desperté aquí... mas no sé cuando!.
Y aquí estoy aún, tendido mi rostro contra la sal...
Tendido sobre mi pecho, un brazo cruza por debajo. Mis piernas se enciman una sobre otra y mi cabeza apoyada sobre la barbilla, permite que mis ojos hundidos contemplen el plano eterno de blancura.
Solo tengo conciencia de lo que puedo ver desde esta posición, pues carezco de movimiento alguno...
Pasan los días... el agua sube dejándome bajo su manto varias semanas al año.
Cuando bajan, miro hacia la carretera que se parece a una delgada hebra de plata que cruza de norte a sur.
Autos y camiones pasan ignorándome... ya no pienso en nada que pueda llamar su atención, es en vano, pues solo soy una osamenta mas, carcomida por la sal...
Mi piel reseca esta adherida a mis huesos, ninguna ave carroñera se atreve a devorarme... Quizá hasta para ellas, mi imagen sea aborrecible... una momia conservada por la sal.
Al anochecer, sueño recurrentemente el mismo sueño... todo exactamente lo que sucedió desde aquella fatídica tarde, en que quede atrapado en este mar blanco.
. . .
Varias veces, a cierta distancia, he visto a una enorme y horrible araña que cruza silenciosa sobre unas largas y delgadas patas hacia la carretera. Allí, al calor del atardecer se detiene en el borde del asfalto echándose sobre su vientre.
Pareciéndose a un plato, se queda agazapada a la espera de la complicidad de la oscuridad en la noche.
El sol al caer en el horizonte, extiende la sombra de sus patas hacia mí, cuando de tanto en tanto en un movimiento inquietante y repulsivo, se acomoda en su escondite.
Una odiosa impresión me domina cuando el filo de esa sombra me alcanza y me roza...
La observo hasta que la oscuridad la oculta por completo...
Y siempre me pregunto:
- Que estúpida e inocente víctima podría esperar la infeliz, en esta desolación...
SANTIAGO PEDRO SONZINI
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