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Juanuco Rivera era un desatado. De las veinticuatro horas del día, veintitrés las empleaba en disipaciones etílicas, baile desenfrenado y aleatorio mujereo. La hora restante la dormía a pierna suelta en cualquier escaño de la plaza, recomponiendo energías. Transcurrido ese efímero lapso, se desperezaba, metía su cabeza morocha en la fuente, se mandaba dos buchadas de agua para enjuagarse la boca y luego, con la repulsión pintada en el rostro, expulsaba lejos el peligroso veneno que suponía para él el vital elemento. Y vamos de nuevo al bar de la esquina del que era permanente parroquiano para colocar una montonera de discos en el Wurlitzer, pedía luego una botella de buen ron y desayunaba alegremente al ritmo de la música tropical con sus amigotes. Juanuco vivía de una precaria renta que había heredado de su padre, quien, suponiendo muy bien que su hijo nunca sentaría cabeza, pactó con sus albaceas entregarle el dinero en pequeñas cuotas mensuales, evitando de ese modo que el mala cabeza de su hijo dilapidara en un dos por tres la pequeña fortuna. El dinero en cuestión pertenecía más al dueño del bar que a Juanuco y no bien aparecía el muchacho con su reciente pago, el hombre extendía su mano para cobrarlo. Y vamos endeudándonos y viviendo del fiado durante todo el resto del mes.

Juanuco había prometido una colorida fiesta para el día en que se muriera. El trago correría a raudales, la música, tocada por una gran orquesta, inundaría la funeraria, los asistentes varones deberían asistir de guayabera y ellas con la más sucinta de sus vestimentas. El sería colocado en una urna de vivas tonalidades, semi sentado y sonriente y para garantizar que esto fuese debidamente acatado, pagó de antemano al maquillador de finados para que le dibujara la mejor de sus sonrisas y le dejara los ojos bien abiertos para atisbar desde la profunda eternidad tan alegre despedida.

Lo cierto es que nada se cumple de acuerdo a lo presupuestado. El pobre Juanuco falleció cierta mañana ahogado en su propio vómito y los preparativos para su funeral no se hicieron esperar. Fue entonces que hizo su aparición la madre del difunto, quien había vivido muchos años en el extranjero y que en cuanto supo del fallecimiento de su tarambana hijo, vino a hacerse cargo de todas las diligencias. Cuando apareció por la funeraria y vio que el maquillador le estaba levantando las comisuras de los labios a su primogénito, lo corrió a lo que es carterazos y patadas. Indignada, mandó retirar las serpentinas y coloridos adornos que colgaban del techo, hizo que cambiaran de inmediato eso que más parecía un muestrario de colores que un digno ataúd, contrató a varias plañideras para que lloraran durante el velatorio y se instaló en la cámara mortuoria a rezar por su descarriado hijo. Llegaron unas cuantas coronas con lecturas tan conmovedoras como esta: “Perdona Juanuquito que no asista a tu velorio pero no se bailar” o “Que la pases bien en tu funeral” “Celebramos tu partida”y otras linduras por el estilo.

Cando apareció la orquesta, la madre les pidió que se instalaran en una recamara y que tocaran temas fúnebres. Como los músicos eran lo que se dice ignorantes en esas lides, se pusieron a tocar Pedro Navaja que era lo que más se acercaba, según su concepto a la Marcha Fúnebre tradicional. Los que aparecieron de guayabera con las casi desnudas chicas debieron salir con viento fresco del velatorio y regresar luego con recatadas vestimentas. El rostro de Juanuco lucía marmóreo y beatífico dentro de la severa urna y las plañideras parecían gallinaceas al punto del sacrificio, lloriqueando en su rincón.

Juanuco fue sepultado en el cementerio ubicado en las afueras del pueblo. La madre se hizo cargo de los pocos bienes del descarriado muchacho y a los pocos días apareció de minifalda en el bar de la esquina, pidió una botella de ron y se fue a sentar con los amigos de su malogrado hijo. Allí se dispuso a pasar las penas y dicen que el desenfreno orgiástico, las borracheras y la concupiscencia han logrado aplacar en parte su desconsuelo por la temprana partida de su regalón…

Texto agregado el 19-02-2004, y leído por 446 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
06-03-2004 divertido, aunque inverósimil, que supongo no se trata de que lo sea. un saludo. Martin_Abad
21-02-2004 Muy bueno es una gran obra.gracias por compartir. gatelgto
20-02-2004 Y la fiesta fue su madre. Muy bueno. juanrojo
20-02-2004 Me gusta mucho este, tú texto, Te mando mis mas sinceras estrellas, Besos monilili
19-02-2004 Me he sentido identifcado con este trabajo ya que estoy que paro las chalas y me gustaria tener un funeral de ese tipo. Claro que no van a tener que hacerme una risa por que la llebo pintada en la cara. Muy interesante su trabajo señor Gui adios
19-02-2004 Que bueno, es divertido, está maravillosamente bien escrito y el final es cojonudo yoria
19-02-2004 jajaja, muy buena forma de honrar a su hijo. Divertido tu cuento. Un abrazo Pinocho
19-02-2004 pobre Juanuco. me gustó. sduv31
19-02-2004 Jejeje, me suena eso de festejar los velorios jajja; está muy bueno, divertido me encantó, besotes AnaCecilia
19-02-2004 Lo más breve posible. gui
19-02-2004 en este caso de tal astilla tal palo ¿ no?, divertido tu relato, de aquí saldría un buen foro, ¿ cómo quieres que sea tu entierro?, ja,ja barrasus
 
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