LOS HOMBRES NO LLORAN

No me acuerdo, parece que eran como las tres de la mañana. Habíamos llegado temprano al bar de Jorge. Siete amigos, los de siempre. Jugando a las palabras, jugando a filosofar. En un instante y no sé porque, me interné; me fui adentrando en mis pesares y comencé a escuchar un ronroneo de palabras dichas. ¿Cómo les digo que estoy destruido? Que la amo, más que a nada en esta vida (aunque con un par de cervezas de más, la odio como nunca he odiado a nadie). ¿Cómo digo lo que siento para ser comprendido? Para que entiendan que necesito de su compañía, Sin palabras que hieran un espíritu flaco, como el que llevo por estos días. Escuchar a alguien decir frases amables, que nadie me ha regalado hace tiempo, para volver a sentir, que estoy con ustedes y no solo, como un espectador de este juego, como uno más, como era antes, cuando no amaba más que a mi forma de vivir: fome y sin sentido. Con un suspiro ronco comencé a llorar desconsoladamente, me quebré como un barquillo en manos torpes. Los seis miraron sorprendidos y descargaron toda su batería de consejos. Nublado y sin poder parar las lágrimas fui al baño y lloré por media hora más, después de recibir a todos mis amigos, que se acercaron al baño, individualmente para preguntar por mi condición. Yo quería sentirme querido. Luego volvió todo a la normalidad, tuve que romper el hielo, porque, a pesar de la confianza germinada en años, todos se sentían incómodos. Me disculpé por mi actuación, la verdad, no sabía que decir. El de la cabecera dijo: Los hombres también lloran compadre, es mejor llorar con los amigos, que en este caso, es lo mismo que reír.

Enero-2004.