CÓMO COMENZAR EL RELATO, ¿CÓMO PROSEGUIR UNA HISTORIA QUE SE ESCRIBIÓ SIN LETRAS?
La música acompañaba la comparsa, el viejo se frotaba las manos mientras levantaba lentamente la vista hacía el espejo.
Contaba una a una las arrugas, mientras rebuscaba en su memoria la mueca que la dejó marcada.
La de la frente fue cuando contempló por primera vez a su mujer, la de la barbilla cuando veía corretear a su primera hija, las de las sienes cuando le echaron de su primer trabajo y reflejándose se perdió en la noche.
El tiempo pasaba demasiado deprisa, musitaba en voz baja mientras comenzaba a caer en el sueño.

Sonó el despertador y Mario dejó que la luz iluminara su cara antes de destaparse y pisar sobre el frío suelo, nada más levantarse cruzó el pasillo, directo a la cocina, encendió el termo y se introdujo en la ducha, el jamás había pensado que podría vivir en un lugar donde el lavabo y la cocina coexistieran en el mismo espacio-tiempo pero poco a poco la idea le hizo sentirse diferente de los demás, era gracioso lavarse los dientes mientras limpiaba el vaso del café o tiraba de la cadena mientras preparaba la cena, situaciones tan normales individualmente pero que la unión entre ellas creaban una armonía que perturbaba la realidad.

La puerta se cerró tras de Elisa, la escalera parecía que la animase a lanzarse a través de ella y comenzó a bajar pausadamente, con el mismo cuidado de cada día, era un suplicio notar cada escalón, contemplar cada rellano, viviendo con el miedo a que se abriera una puerta, que lo extraño saliera a relucir, que unos ojos ajenos la contemplaran en aquella situación tan ridícula, tenia ganas de gritar pero la angustia de ser descubierta ahogaba sus lamentación, creando más ansiedad, más locura dentro de su cuerpo tembloroso.

La calle aparecía delante de sus ojos, la vida transcurría mostrando los esplendores de lo no descubierto, como de una tienda de juguetes se tratara las esquinas le sorprendían a cada nuevo paso que daba, el niño seguía corriendo aún sabiendo que su abuelo no le dejaba pasar del tercer banco del parque, pero era su parque, su mundo y nada malo le podía pasar estando en él. Levantó la vista y contempló a Elisa saliendo de casa, con una sonrisa que iluminaba el mismo sol cerró los ojos y arrancó en un estallido de luz hacia ella.

El viejo se acercó a la ventana, le quedaba una sola arruga por nombrar, por evocar su recuerdo pero a pesar de su edad y lo aprendido en su vida no tenía valor suficiente para hacerlo, mientras pensaba, una lágrima le partió el alma, demasiado viejo para soportarlo, pensó y sin meditar ni un segundo más se abalanzó al vacío, ¡creo recordar!, Gritaba antes de caer sobre el asfalto.

Era tarde, Mario se había entretenido jugando con el rollo de papel mientras metía la ropa en la secadora, llegaré tarde a la oficina, gritaba a su mujer mientras buscaba las llaves del coche, segundos después su mujer escuchaba una puerta, un golpe seco y lleno de vacío, medio hora más tarde el teléfono sonó.

Elisa vio al chico correr hacía ella, hacía menos de dos meses que vivía en aquel barrio y el miedo que le despertaba la escalera, el parque y sobre todo la sonrisa del chico lo calmaba, le volvía a la realidad de lo cotidiano, al vivir desenfrenado y rutinario, el niño vivía con su abuelo en el edificio de enfrente y cada mañana le acompañaba al colegio. No pudo avisar, un latigazo traspaso su cuerpo, el corazón le palpitó hasta el punto del estallido.
Un chirrío, un golpe, un lamento y el vacío.

Mario bajó de dos en dos las escaleras, era demasiado tarde, no podía esperar el ascensor, llegó al parking y se introdujo con un fuerte portazo dentro del coche, arrancó maldiciendo el tiempo que había perdido en casa. Ya no se sentía especial, ya nada era gracioso, ahora todo era rabia interna y odio desproporcionado, sin saber donde se encontraba, ni de donde había salido apareció delante de el un niño.
Un chirrío, un golpe, un lamento y el vacío.