Casi imperceptible el globo ascendió desde sus manos en una estela blanca mientras el pequeño no dejaba de llorar la pérdida con sus manitas hacia el cielo y los ojos brillando ante una eternidad que lo agobiaba. El sol cubría la soledad reinante de la plaza en infinidad de escenas: sobre el vaivén de una hamaca, a la vera de la fuente, corriendo entre los niños sobre el pasto, leyendo o descansando del trabajo. Detrás una anciana meditaba en la figura de aquel niño preocupado por su globo como una esfinge que albergaba la tibieza y el dolor bajo el follaje silencioso. Y los instantes se fundieron en la negrura de las sombras, lo diminuto de un insecto, las ramas, el aire, los sueños que ocultaron su figura anciana para dar paso a los lamentos. Luego las sirenas, los gritos, el dolor, la frescura, los médicos, su mirada, un último temblor junto al encuentro con su globo.

Ana Cecilia.