Ella amaba al sol y su sentimiento era, acaso, el mismo de la indolente mariposa nocturna que se arroja, seducida por las luminarias, a las ascuas que acabarán con su vida. Pero ella, juvenil e inacabada, sentía que su piel se iba desgranando, tal si la hubiesen estructurado con pétalos de amargura. La melancólica muchachita vivía recluida en una pieza oscura y sobre su cabeza, una bujía mortecina se mimetizaba con sus pensamientos tristes.

El sol y el despliegue de la vida, se sucedían en sueños fragmentados para aquella a la que no le estaba permitido participar de esta alegre coreografía. Y ella, mariposilla sin alas, se iba apagando con lentitud, sobrepasada por el desencanto.

Se le intentó fabricar un traje que parodiaba al de los astronautas, para transformarla en un ser extraño en su propia residencia. Mas, no fue posible que asimilara con naturalidad algo que le desgarraba el alma. Los niños danzaban libres, mientras ella era prisionera de un artificio tecnológico.

Su último sueño fue volar y volar sin límites, hasta alcanzar los linderos del sol y abrazarlo en un gesto sublime. No fue en la vida cotidiana, sino bajo los influjos de lo onírico, que percibió cuan feliz podría haber sido. Y derrotada, carcomida y mortificada, se dejó ir en un vuelo de papel rasgado bajo una brisa condescendiente.

El día de su muerte, el sol ocultó sus rayos como si sintiera en sus ígneas entrañas, una culpabilidad propiciada por el sino. Y mientras la desdichada niña era sepultada en un lugar que recibiera las preseas del astro rey, este sollozaba en su grandeza como sólo pueden hacerlo los humildes de corazón…



Homenaje a Nikol, la niña de las sombras, fallecida por una extraña enfermedad que le impedía exponerse al sol.