Este cuento necesita un público específico para ser apreciado: va dirigido a aquellos que al leer, visualizan, ven las formas que el autor busca mostrar, figuras imposibles o no, brillantes o no, pero siempre fuera de la realidad.
Era un día soleado y verde, muy verde, explotaba la vida por todos lados, el calor del verano seguía bañando a la ciudad y a todos los que, por una razón u otra, no cumplían con el ritual de irse lejos, hacia lugares más amarillos y azules donde no pensar era la prioridad (o quizás, la prioridad en esos casos fuera volver a pensar, y pensarnos, retomar ese trabajo que vamos dejando tirado).
Se ven algunas bicicletas, el reflejo del sol sobre ellas crea un claro que golpea los ojos con fuerza y los despierta de su usual letargo. Estamos los dos tirados sobre la alfombra verde del parque, viviendo un poco de esa realidad brillante y plástica que nos rodea, y viviendo también el gris que nos toca ahora.
Tus ojos parecen tristes, monocromáticos, no brillan ni explotan en todos los colores que yo solía ver. Siento que sientes lo mismo, y tiene sentido, porque siempre nos parecemos tanto.
En este instante que flota sobre mi memoria, intentando pegarse a ella como el cebo de una vela al suelo sobre el que cae, se que lo que viene a continuación no será bueno. Para ninguno de los dos. Pero es necesario. Tiene que serlo. Solo así se justifica. El gris nos fue ganando, en peleas con razón, en promesas que no se cumplieron, en búsquedas que olvidamos. Ahora, todo es rojo, blanco y gris, esa musculosa verde que estás usando (un verde que rompe los ojos y que te expresa tan bien, un verde del que llegué a enamorarme) ya no parece la misma.
Objetivamente lo es, sin duda, pero subjetivamente no, y yo creo en los subjetivos.
-Jorge, esto no puede ser, ya no somos felices.
-No, no lo somos. Hace tiempo.
-¡¿Cómo lo puedes decir con tanta frialdad!? Siempre me asusto cuando dices las cosas así…
-Son ideas que ya están masticadas Carla, las mordí yo y las mordiste vos, no nos estamos diciendo nada que no sepamos.
-Claro, el señor pensante siempre tiene todo preparado, todo cuidadosamente pensado con antelación. Adiós espontaneidad, adiós descubrimiento.
Veo un atisbo de lágrima en tus ojos cuando surgen las palabras de tu boca. Me gustaría poder sentir lo mismo, mierda, me gustaría poder sentirlo, esas lagrimas de color magenta a punto de caer por tus mejillas morenas, hoy más bellas que nunca, pero a las que ya no puedo llegar, en este mundo gris en el nos metimos. Si hasta matamos la carpeta verde que nos rodea sin proponérnoslo.
-Bueno Carla, ya no sé que decir. Siempre fui de pocas palabras, no voy a empezar a cambiar ahora, ya cansado.
-Me estás matando –y agachas la cabeza, y las lágrimas color magenta se deciden a surgir. No me siento llorar, pero debo estar haciéndolo. Se forman charcos magenta alrededor tuyo, te van rodeando y te van protegiendo. Pero de qué, de quién, y ahí me doy cuenta que de mí. Ya no soy bienvenido en tu interior magenta.
La conversación sigue, pero las palabras son mecánicas y ya no merecen nuestra atención, solo surgen como esas palabras que se deben decir cuando no hay más remedio. Esas palabras que yo tanto evito usar.
Somos dos revistas que han pasado demasiado tiempo al sol y se han puesto amarillentas, todo lo exótico y raro, todo lo que nos distinguía y nos hacía únicos, se lo llevó el sol, que nos dejó pálidos y cansados y amarillos, esperando que alguien nos saque de la vidriera y busque en las páginas interiores a ver si seguimos guardando algún brillo en nuestro interior.
La mujer se levantó y se fue, llevándose consigo varios colores, dejando una estela verde en el aire, que pronto se desvaneció tras ella.
El hombre se mantuvo sentado, pensativo. Siente un dolor en el brazo izquierdo que lo lleva a agarrarse el pecho, sabe lo que se viene y se tira hacia atrás, para rescatar algún paisaje antes de irse, mira el cielo naranja lleno de nubes azules con pájaros negros que lo surcan de punta a punta con rumbo incierto. Los ve cada vez más borrosos. Espera. Le duele. Duele muchísimo. Su cara deja ver una mueca de dolor que es la que conserva cuando cierra los ojos.
Su corazón ha muerto.
Tiene 19 años. Tiene 87 años.
Ya nacerá de vuelta.
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