Apuesto que no te imaginas dos perros jugando a las cartas con un gato... pués es verdad mis perros y el gato lo hacían... todos los días.
Apostaban la comida del otro día, apostaban los pajaros atrapados el día anterior, apostaban sus vidas pero nunca en serio, lagartijas, mariposas, gusanos, ciruelas, duraznos, piedras, caca, agua, mesa, casa, lo que fuese.
Pensaban que no nos dabamos cuenta, en realidad nadie se daba cuenta, solo yo, que los espiaba por la ventana, maldita ventana con rejas.
Me daba miedo ir a jugar con ellos, no sabía lo que podían hacer; son mis animales, pero no sé, era entretenido verlos divertirse de una manera tan singular.
Mi mamá siempre se preguntó por qué el gato nunca se comía la comida, y llegaba con la boca llena de excremento de perro, la Anaís (mi perra) comiendo duraznos. Ni te cuento, un día encontré un cheque de $100.000 dentro de la casa de mis perros, estaba a nombre del Beto (mi perro), me miró con esos ojos dormilones pero con cierta expresión de preocupación "NO LO TOMES O TE MATO", en fin, no lo toqué.
Nunca les quise preguntar, no quería arruinarles la diversión, verlos fumar con esas inmensas pipas llenas de tabaco, y tomar tequila, ¿de donde sacaban plata para comprar? yo no lo sé... pero mi gato a las 9 puntual salía de la casa, y llegaba al rededor de las 12 cargado de bolsas, todos pendientes de sus vidas no se daban cuenta.
Un día apostaron: quien perdía, deberia matarme... uhh al escuchar esto, perdí el control, porque cada cosa que apostaban la cumplían, no sabía que hacer, donde esconderme, imploraba que todo fuera una broma de mal gusto, pero no fué así...
Perdió mi gato, al mirar toda la escena, decidí esconderme, ví a mi gato entrar a la pieza donde duermo: abrió la puerta con sus tiernas manitos, entró sigilosamente. En la boca llevaba un cuchillo no muy grande, de eso con que se pelan las papas,no podría hacerme un corte muy profundo, pero sería ideal para la garganta.
No me encontró, miró por todos lados y yo colgada del techo y la puerta... En su mirada ví claramente, sentimientos de tristeza, quizá nisiquiera sabía por qué lo hacía.
Salió de mi pieza, tomó su plato de comida, y unas cobijas sucias. Se fué, me escribió una carta de despedida que pronto la podrán leer y nunca más volvió.
Desde ese momento me quedé sola, ese gato mi confidente, amigo, sapo, diario de vida...
Igor, nunca te olviraré aunque intentaste matarme.
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