Timbre
Leía, sentado en el patio bajo el ciruelo en una tarde perfecta leía un cuento (todos lo días leo un cuento o varios según la concentración que logre).
Leía, cuando escuché el timbre y tomé conciencia de mi posición. Sentado en la reposera con los pies sobre una silla, con el mate en una mano y el libro en la otra, el termo en el piso y el perro dormido a mi lado también bajo la sombra del ciruelo.
Pocas veces alguien toca el timbre a esa hora. Me recorrió -cerrando los ojos- el fastidio de imaginar quien trataba de comunicarse conmigo. Me quedé sentado, pero ya no leía, miraba el sapito que estallando en gotas regaba el pasto recién cortado. Pensé en quedarme así, después de todo no tenía por qué atender a nadie.
Cebé un mate y le rasqué el lomo al perro, me llevo muy bien con él, después de recuperarlo de la calle, esta es una historia larga (los animales también sufren con las separaciones). Tino, ese es el nombre de mi amigo, creo que tiene conciencia de ello.
El timbre insistió en quitarme la paz, en no dejarme disfrutar el mate. Pero de pronto pensé en otra cosa, quizá por la forma de sonar ese aparato. Ese último toque me pareció histérico, al perro también, levanto la cabeza y me miro, ahora comprendiéndome. Podía ser ella, algo en el aire me hizo pensar que podía ser ella quien llamaba, quizá una nube que cubrió el solcito y le cambió el tono al brillo verde del césped, o una leve brisa que movió las ramas, algo fue.
El timbrazo siguiente no me dejó dudas, a Tino tampoco así que se paró y se puso alerta. Le pase la mano por el lomo y se acercó buscado caricias, deje el mate en el piso y seguí leyendo.
(2007)
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