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Es interesante el diseño de esta sombra: Repetición, repetición… Igual al mundo real. Allá afuera la revolución industrial ha tomado hasta a las gentes. Producción en masa, sí, eso es.

- ¡Oye Dieciocho!, a comer.

Al oír uno de mis verbos favoritos no tuve más que olvidar la sombra y recordar el hambre. El hambre es una de las muchas cosas que sentimos todos los vivos. Espero que sirvan arroz.

Aquí adentro todos somos números. Todo aquel que entra olvida su nombre y aprende su número. Así nadie se confunde. Mi nombre completo es Mil Doscientos Dieciocho. Pero la gente sólo me dice Dieciocho.

La verdad es que siempre supe que hoy servirían arroz. Desde siempre me ha gustado obtener lo que deseo. A veces ignorar la realidad me hace feliz.

Acabo con cada grano al igual que con aquellos “en masa”: con grandes bocados de cientos de iguales. Lo único distinto es que afuera nunca queda el plato vacío. Odio allá afuera.

Una vez acabada la masacre de granos, todos salimos al aire y al sol en exceso, al gran Patio.

Disfruto mucho de estas horas. Adoro el sol a través de mis párpados. Logro ver colores distintos a los usuales. Odio lo usual. Odio el gris del concreto, el blanco de las paredes y otra vez el gris de todo lo demás. Sé que el odio es una palabra muy fuerte. Quizá por eso estoy aquí.

Un timbre escolar inunda el gran patio. Luego, todos adentro.

He aprendido mas en dos años acá que en veinte afuera. Aprendí a escribir con libertad. Se puede escribir más con las “no palabras” que con las comunes. Todas las comunes están inventadas. Por eso así nos liberamos de toda regla al escribir. Este poema lo escribí anoche:

Hermon sha valur
Hermon saldin verlom
Odiel ad durien
Erno ad salden
Ofilio subiate dim
Hermon so diluthia

Habla de Veintidós. De la manera como guardo en mi memoria todos los verbos en tercera persona que ella realiza siempre en mi cabeza.

Amé, y amo aquí adentro, por primera vez. Aprendí que para conocer el amor es necesario tener el cerebro apagado. Soy muy bueno apagando mi mente. Es lo que mejor hago. Fue así como no tardé en enamorarme de la Veintidós. Ella es, y gracias a mi habilidad cerebral, lo que nunca quise querer en nadie. Ella es real. Por eso pienso en ella cuando quiero. Y cuando no, tan sólo la busco y ya.

Recuerdo el día de la llegada de Veintidós. Nunca reparé en cómo lucía. Sentimos que nos necesitábamos tanto, que nunca nos dijimos nada sino hasta una semana después de comenzar a amarnos. Sólo dos tenues ventanas de colores impedían a nuestras almas palparse. Aunque hoy en día creo que si se tocaron. De lo primero que habló, sobre hormigas, me impresionó la manera como todo adquiría una enorme importancia. Cada árbol, para ella, tenía nombre. Nunca olvidó ninguno (Claro que hubo pocos maleducados que siempre la ignoraban. Esos igual tenían nombre, pero ella no los saludaba). Veintidós solía pasar horas enteras acicalando a sus favoritos, siempre sobre ellos.

De no haber entrado, nunca hubiese conocido a Nueve: siempre listo. Como niño explorador vivía su vida. O mejor, como niño explorador vivía su minuto. Para Nueve todos los días son las cuatro treinta y dos de la tarde del mismo quince de agosto del mismo año cuando con apenas trece años, su reloj favorito dejó de funcionar. En los años posteriores no hubo más allá en la mente de Nueve; ni más allá, ni más acá. Se dice que ese fue el momento exacto del comienzo de su enfermedad. Con él, el tiempo no existe. O existe tanto que pierde importancia. Después de Nueve, nada fue igual.

Abro mis ojos y veo gris, blanco y gris, lo usual. En el suelo la misma sombra por los mismos siete barrotes. Afuera... Detesto que nadie te oiga realmente. Detesto las masas, las calles atestadas de excrementos de hombre. Todo afuera es excremento humano, si, eso es. Afuera, si no cubres tu cuerpo con lo más banal de la moda, no importa lo que digas o hagas, nadie te escucha. Al carajo las gentes.

¿Qué tan bueno es ser normal, un producto en masa? Hay días que ocupo mí tiempo de falta pensando en ello. “El sábado salgo, - cuerdo e’ bola. Escuché decir detrás de una puerta, al salir de una amena charla con la gente de blanco”. Estamos adentro por ser distintos. Pero, ¿esa no es la idea del mundo? Ahora, esa es la idea sólo de estas paredes repugnantemente blancas. “Y el lunes, siempre seré Dieciocho, vuelvo”.

Texto agregado el 07-03-2003, y leído por 410 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-02-2004 Como siempre la locura es nuestra mejor amiga, nos deja la sana y amplia libertad de movimiento sin temor al precio que por él debamos pagar torovoc torovoc
10-03-2003 muy bueno, tiene miles y miles de pensamientos pequeños y cohesionados que hacen un universo entero, me encantó rnahimla
08-03-2003 coincido con arecife en la frase, es raro pero intenso marxxiana
07-03-2003 odiel ad duriel...mmmmmm...sindarin????me encanto tu historia...me llego demasiado de cerca...eso de la alienacion..la locura y la genialidad...juntos en un patio..mmmm dulcilith
07-03-2003 Me gustó. Me recuerda una canción de Iron Maiden. Pero no me hagas mucho caso. Un abrazo gammboa
07-03-2003 Extraño e inquietante... me gustó, dieciocho! ;-) moebiux
07-03-2003 Muy bonito, me encanto la parte esa: "Aprendí que para conocer el amor es necesario tener el cerebro apagado", esta muy bien imaginado todo el texto, me agrado, saludos arecife
 
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