Ayer sábado, fui a caminar con mi amiga Kety y su perro Simbad,un enorme y cariñoso mastin de los pirineos; La mañana era radiante, como de primavera y por primera vez en mucho tiempo me encontraba serena y en paz conmigo misma, incluso me olvide de mis problemas; me integré en la naturaleza, su olor, su silencio, todo era paz, todo era armonía
Caminamos un buen rato en silencio, no queríamos romper esa armonía, nos habíamos convertido en parte de ella. Después nos sentamos a descansar y yo me puse en la posición del loto frente al sol, recargando pilas.
Tras el descanso, emprendimos la marcha y Simbad,como siempre, delante y nosotras empezamos a filosofar. Hablamos de la vida, la muerte, de que estábamos a punto de entrar en el ocaso de nuestras vidas. Pero las dos estábamos seguras de lo que queríamos, de que son las pequeñas cosas, oler una flor, oír cantar un pájaro, contemplar una puesta de sol, escuchar música, leer un libro, lo que nos hacia felices.
También recuerdo que yo le dije: “que nadie nos puede hacer daño, si nosotras no queremos y que solo nos hará daño aquello que queramos que nos haga”.
Terminado el paseo, fuimos a tomarnos unas cervezas que con la sed que teníamos nos sentaron a gloria. Y después cada mochuelo a su olivo, cada una a comer a su casa.
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