Cuando salí de la reunión eran ya cerca de las dos de la madrugada, y corría un viento frío y desapacible que me obligó a abrocharme el abrigo y a subirme las solapas. Quizás había bebido alguna copa de más, pero no me importaba. Estaba cerca de mi casa y no iba a coger el coche. Aceleré el paso y calculé que en quince minutos estaría durmiendo en mi acogedora y caliente cama. Tuve que reírme mientras recordaba el ridículo que había hecho Fernández, de Contabilidad, al intentar ligar con Cristina. Seguro que él sí había bebido de más, porque su lengua se resistía como un trapo a vocalizar sus palabras.
Al pasar junto a una bocacalle casi me tropiezo con alguien. En la oscuridad de la noche no había visto que un hombre estaba echado sobre la pared de la esquina fumando un cigarro y por poco me lo llevo por delante. Me dio la risa floja pero intenté articular una disculpa y seguí mi camino. El tipo ni me había mirado. Pero a los pocos pasos oí que él también comenzaba a caminar detrás de mí. Sus pisadas sonaban en el silencio de la noche como un eco cercano de las mías. Volví a reírme cuando quise sincronizar sus pasos con los míos, porque apenas lo pude conseguir y a punto estuve de caer al suelo.
Abandoné la avenida principal buscando mi calle y las pisadas continuaron tras de mí. Ya medio en broma medio en serio, pensé si me estaría siguiendo aquel tío. No era habitual que pasase gente por mi barrio a esa hora, era un barrio residencial y tranquilo. Casi como una prueba para tranquilizarme, apremié mi ritmo, y, para mi sorpresa, los pasos también se aceleraron. A pesar del frío de la noche, me brotaron unas gotas de sudor en la frente, no sé bien si por el esfuerzo del trote o por los nervios que empezaban a asomar. Lo cierto es que el alcohol se esfumó de golpe. Cuando ya estaba bastante cansado de andar tan rápido me hice el valiente y me paré de pronto, en seco. No me volví. Mi perseguidor se paró también, manteniendo la distancia. Esperé unos segundos mientras pensaba, aliviado, que por lo menos no se había abalanzado sobre mí con una navaja para robarme. Entonces ¿qué quería? ¿sólo asustarme? Lo estaba consiguiendo.
De pronto, eché a correr. El tío salió disparado detrás de mí. Faltaban pocos metros para mi casa pero se me estaban haciendo eternos. Por fin llegué al portal. Me metí la mano en el bolsillo del pantalón para buscar las llaves. Me enredé con el abrigo y se me cayeron al suelo. Me agaché y giré la cabeza para descubrir con pánico que el hombre estaba casi sobre mí. Me quedé agachado, quieto, esperando paralizado. ¿pero esperando qué? ¿un golpe, un disparo?
Me costó trabajo reconocer la risa de borracho de Fernández burlándose de mí.
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