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Inicio / Cuenteros Locales / atticus / Puntos de vista: una porquería

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Ya hace dos meses que somos novias y todavía siento un cosquilleo extraño cuando estoy con ella, la estaría observando toda la eternidad, la estaría besando todos los minutos de mi vida, miro su flequillo sobre la frente que casi le tapa esos ojillos traviesos que no paran de moverse y mi mano le acaricia la cara sin poder ni querer evitarlo. Apoya la cabeza sobre el cristal del autobús y su mirada queda perdida en el horizonte, pero no es melancolía lo que ronda por su linda cabeza, la sonrisa de sus labios incitadores me dice que es feliz, y eso enciende aún más mi corazón que ya casi no cabe en mi pecho, suspiro de alegría, la atraigo hacia mí y la beso. Su lengua me trae sabores tropicales, salvajes, limpios y puros, sabores de playas desiertas, de brisas de primavera y de amaneceres templados, de canela y clavo. Ella quiere entrar dentro de mí y yo le abro mi boca, húmeda, esponjosa, le abro el misterio mi ser, me entrego a ella, me lanzo al vacío y mi lengua acogedora y cálida se rodea de mil y un estallidos, hasta que abro los ojos y mi cielo está junto a mí, las nubes blancas se deslizan pero no entiendo la cara que veo, yo estoy allí arriba volando sobre algodón pero ella agacha su cara contra mi pecho y llora, los gritos van llegando poco a poco a mi oído, como en un sueño, pero ya estoy despertando, me están empujando, la están empujando a ella, nos insultan, nos obligan a levantarnos, el frenazo del autobús casi nos hace caer, aturrulladas, a trompicones, salimos a la calle fría y gris.

* * * *

En mi autobús ya lo creo que no, que hagan lo que les de la gana, pero en mi autobús, no señor. No, si yo ya las calé cuando entraron, cogiditas de la mano y con la risa floja, que se reían y reían picando el bonobús y la gente esperando, que les tuve que decir que ya está bien con el cachondeo, que para adentro. Y ya no les quité ojo durante el trayecto, que yo me decía para mí que la van a liar, que la vamos a tener, que yo me conozco. Y cuando entró doña Juanita, que venía con el carrito de la compra, pero que se subió en la parada del bingo, como todos los jueves, ni se levantaron para dejarle sitio ni nada, lo que yo digo, sin educación ninguna, nada más que con los porros y con la botellona y con la poca vergüenza de estar allí mirándose y toqueteándose, las dos marimachos, como si fueran dos tortolitos, qué asco, qué porquería. Y ya, claro, el remate de los tomates, ¡pues no van las dos tías asquerosas y se dan un beso en toda la boca! Ea, allí delante de todo el mundo, que hasta iban dos niños pequeños ¡qué enseñanza les estamos dando para el futuro! Menos mal que doña Juanita y las demás señoras las pusieron en su sitio, vaya que sí, les dijeron de todo, pero las tías como si nada, a lo suyo, que las tuvieron que coger del brazo para que se enteraran de que iba con ellas, y, yo, que estaba esperando que me lo dijeran, en cuanto alguien gritó chofer para, frené, y a la calle, hala a morrearse todo lo que queráis, guarras, pero en mi autobús, no, eso sí que no.

* * * *
El autobús llegó a la parada con cinco minutos de retraso, por lo que el conductor, tamborileando sobre el volante, esperó impaciente a que subiesen los numerosos pasajeros que entraban, sabiendo que tendría que recuperar parte del tiempo que había perdido con los inevitables atascos cotidianos. Para él, los pasajeros eran simplemente la carga y no se detenía a reconocer los rostros que, día tras día, desfilaban ante su asiento, y sin embargo, aquella tarde le llamó la atención una muchacha muy guapa, rubia y con minifalda. Disimulando, estiró el cuello para verla mejor a través del espejo retrovisor interior, pero observó defraudado que la muchacha iba cogida de la mano con otra chica, si bien no tan atractiva como la primera. Maldijo para sí, con una especie de extraños celos de género, como si una muchacha tan guapa debiera de pertenecer en exclusividad a los hombres, y empezó a elucubrar tópicas excusas como que ella lo que necesitaba era conocer a un hombre de verdad, quizás como él, para que se le quitasen esas tonterías.
Las muchachas se dejaron caer en los asientos de atrás del autobús, riendo y alborotando el pelo a un niño que las seguía con la mirada. La rubia, Gloria, estaba contenta. Recordaba esta mañana en la cafetería, cuando estaba desayunando junto a María, su amor, y se les acercó la malediciente Julia con sus habituales insinuaciones. María se encaró muy seria a Julia y, de pronto, besó en la boca a Gloria, para después decir, victoriosa:
-Sí, quédate tranquila, somos lesbianas y nos queremos.
Aquella declaración en público dejó a Gloria deslumbrada para todo el día. Era la primera vez que hablaban de su relación ante alguien extraño y se sentía muy bien, sin ese gran peso que la había abrumado tanto tiempo, ligera y segura de sí misma. Ya habían pasado aquellos días iniciales de dudas en los que se analizaba en cada gesto, en cada acto, para averiguar su verdadera sexualidad. Hoy se encontraba convencida, por fin, de su amor, por eso, cuando María la besó en el autobús, ella la correspondió con toda la efusión que fue capaz de expresar.
Pero aquella exhibición fue demasiado fuerte para el público que las rodeaba, que no las había perdido de vista desde que entraron al autobús, y que estaba buscando un pretexto para lanzarse sobre ellas. Jubilados ociosos que completaban varias veces el mismo recorrido criticando las obras municipales, amas de casa defensoras de las buenas costumbres, y hasta algún joven estudiante con las ideas todavía no muy bien asentadas, fueron levantando un rumor cada vez mayor, azuzados unos a otros, con la complicidad del anonimato que proporciona el grupo, hasta que el murmullo se transformó en insulto directo y descarado, el insulto se convirtió en gritos y, al fin, una mano más decidida que las demás aferró por el hombro a una de las muchachas y la incorporó del asiento, luego otras manos aprovecharon el camino ya abierto y se dedicaron a empujarlas a ambas, con desprecio, con asco, hasta la puerta que el conductor, sonriente, casi como en una venganza, había abierto, sumándose así a la algarada.
El autobús reanudó la marcha con la conciencia salvaguardada, satisfechos con el trabajo bien realizado, se había obrado según era de esperar, proseguían su camino puros, inmaculados, sin contaminar.


Texto agregado el 18-02-2007, y leído por 92 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
18-02-2007 La sociedad, en términos generales, maneja una doble moral. Muy puritanos en público y muy degenerados en lo íntimo. Admiro a la gente valiente que se atreve a ser de una sola pieza sin enmascararse. > Tu texto me gustó mucho. Felicitaciones. 5* theotocopulos
 
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