El Gran Encuentro
No recuerdo bien cuánto hace que ocurrió ese hecho que ha quedado grabado en mi memoria. El rostro y la mirada de ese hombre que un día llegó para cambiarme la vida me son imborrables.
Todo comenzó una tarde que yo miraba televisión en el comedor. La ventana de la habitación daba a la calle. Por unos instantes miré por ésta, lo suficiente como para reconocer a un hombre harapiento, de pelo largo y barba, que arrastraba según mi parecer con mucho esfuerzo y dolor un pesado bolsón, como si contuviera todos los pecados del mundo, pero que posiblemente estaba lleno de ropas y objetos que habría encontrado en la calle. El hombre caminaba lentamente sobre la vereda. Llevaba la cabeza gacha y cuando pasó frente a mi casa se detuvo por unos instantes. Se quedó como esperando algo de mí y al rato retomó su marcha. Siguió sin levantar la cabeza. No sabía qué quería ese hombre pero no le di importancia. Nunca me había preocupado por nadie y mucho menos por las personas indigentes. Sin embargo al poco tiempo, él cambiaría mi vida.
Al día siguiente las bocinas me hicieron dirigir la mirada hacia la ventana. Los conductores estaban furiosos con el mendigo, quien caminaba lentamente por la calle. Uno de ellos se bajó del auto y le dio un empujón que lo tiró sobre la vereda. Y otro, mientras el mendigo intentaba levantarse con mucho esfuerzo, lo escupió desde su auto sin darle al blanco. Todos insultaban a ese pobre hombre. Nadie que pasaba a su lado lo ayudaba. Lo miraban con desprecio, como a un gusano. Lo dejé de mirar, me lavé las manos y me fui a comer.
Al día siguiente volvió a repetirse el recorrido del hombre harapiento, frenándose frente a mi casa y continuando su camino luego de unos instantes. Y así fueron pasando los días, repitiéndose siempre la misma historia hasta el día doce después de haberlo visto por primera vez. Para mi sorpresa en aquella oportunidad el mendigo se paró frente a mi ventana desde las nueve de la mañana. No le di importancia hasta que siguieron pasando las horas y el hombre no se movía. Cuando faltaban dos minutos para las tres de la tarde sonó el timbre. Miré por la ventana y no vi a nadie. Me dirigí hacia la puerta al escuchar el segundo timbre, y al abrir me encontré para mi sorpresa con el hombre que me estiraba la mano, en la que se le notaba una gran herida, pidiéndome a mi parecer dinero o comida. Nunca le había dado dinero ni nada a nadie que había venido a mi casa y no tenía por qué hacerlo en esta ocasión. Iba a cerrarle la puerta cuando él levantó su cabeza y me miró con ojos que inspiraban compasión, sufrimiento, ternura y amor. En ese momento, mi vida dio un gran vuelco. Me quedé mirándolo por un rato y sentí la necesidad de darle todo lo que tenía, mi comida del día, mi dinero y mi vida. Me había encontrado. Al instante, le dije amistosamente:
_ ¿ Quiere pasar ?, tengo comida para que almorcemos los dos juntos.
_ No, gracias_ contestó el hombre_ ya me tengo que ir.
_ Pero ¿ quién es usted ? ¿ Cuál es su nombre ? ¿ Dónde lo puedo encontrar ?_ le pregunté preocupado.
En ese momento, el reloj del comedor marcó las tres. Me di vuelta, mi reloj nunca sonaba. En ese momento, en ese segundo en que le di la espalda al mendigo, éste contestó mi antigua pregunta diciendo:
_ En un futuro nos volveremos a ver, todos se encontrarán y finalmente me encontrarán a mí.
Y segundos después dijo:
_ Todo está cumplido_ y desapareció.
A las semanas de haber ocurrido este suceso, comprendí que ese hombre, que me ayudó a encontrarme a mí mismo, no era un simple mendigo. Era un amigo, un gran amigo que siempre me quiso, me quiere y me querrá por siempre.
|