El verano llovía arduas metáforas de tristeza y desengaño. Yo estaba allí, justo en el momento en donde se suponía que debía estar, casi impidiendo que mi aliento se congelara y entumiendo mis propios pensamientos para así poder aliarme a ese frío. Ella estaba allí, bajo la copa de un árbol marchito por el sol, se veía perfecta, tal como siempre lo estaba. Esta vez desnuda, rozando su espalda a la corteza del roble mientras que su cuerpo era tocado por las manos gruesas que desde aquel verano supe envidiar. Me decía a mi mismo que aquello no era real, que Elena me quería a mí y que jamás supe de la situación de la cual mis ojos hablaban. Mentiras, todo en mí eran mentiras. Elena jamás supo quererme y era cuestión de tiempo para que sus encantos rojizos terminaran entre los brazos de algún campesino aledaño a este pueblo. Tal vez fue por la lluvia que mis lágrimas no destacaron o sencillamente jamás lloré. ¿Qué me hiciste Elena? ¿Por qué ahora que sé de lo que eres capas no puedo olvidarte? Por un breve instante mis movimientos crujieron entre las ramas que sostenían mi peso. Ella lo notó y sin descaro alguno se dignó a mirarme. Su mirada, inocente al turquesa matiz, me veía de reojo como si no percibiera que aquello sucedía, como si aún me quisiera y que ello era sólo lujuria. Por fin acabó, ella se revolcó en las hojas amarillas y tendió su cuerpo a la lluvia que dichosamente se alegró al tocar tan bello ser. Él se fue, tal vez para siempre, pero ella lo conservaría en su cuerpo por toda una eternidad y mezclaría en su interior un engendro de pasión. La fe se acabaría y su despecho terminaría con la juventud que en nueve meses me ataría de por vida. ¿Qué hacer ahora Elena? Era evidente, no bastaba de muchos sentidos para predecirlo. Fue efímero el tiempo que pasó, el otoño golpeaba mi puerta y anunciaba que en dos meses más Elena acudiría a mí, me diría que me ama y que siempre me amó. Luego suplicaría que la perdonara y me rogaría por un rápido matrimonio. No importaba, lo único que quería en la vida era dormir junto a ella, ver sus cabellos en mi almohada y sentir su cuerpo resbalar con en mío. Sí, acepto. |