Rafael era un señor sonriente de nariz prominente. Siempre que el viento soplaba a él eso no le turbaba. Además, le gustaban las ensaladas y otros sosadas. La nariz siempre se sujetaba por si acaso ésta volara, ¡qué majara estaba! A él lo que le gustaba era tentar a los elementos, tenía muy poco fundamento pero se ponía loco de contento.
Como nunca voló, Rafael se acostumbró, también se relajó y un día que la nariz no sujetó, ésta voló. -¡Ay, qué horror! ¡Qué escozor!-. No sabéis cuánto corrió, hasta el río atravesó y con patos se encontró, incluso una farola derribó. -¡Mi nariz, por Dios!- decía a la vez que corría.
Corrió y corrió porque el viento sopló. Tras un paso por poco tropezó pero, sin embargo, el camino continuó no con poco resquemor. Una valla saltó, un campo atravesó y a un señor mayor saludó cuando éste a su mujer decía que una camisa nueva quería. -¡Qué confusión, ya no sé a quién saludo y a quién no!-
Cuando la nariz con el viento se movía más cerca estar parecía y Rafael, valiente, a por ello se arrojó pero he aquí, que un perro la nariz olfateó y de un bocado se la tragó. Así, el señor sonriente de nariz prominente, de golpe y porrazo sin nariz y sin sonrisa quedó y unos céntimos invirtió en un repuesto que a la cara se cosió. Desde entonces, Rafael, el de la nariz de trapo gustan de llamarlo a cada rato.
A Rafa Nomecreoná y su gran nariz
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