Si yo fuera dragón me posaría a la puerta escarlata de tu torre. Día y noche cuidaría de los sueños, de la magia y del espejo, de los duendes que tu piel destila y levantan el perfecto vuelo hacia tu tálamo cubriéndolo de espigas, rosas y seductores sabores. Atalaya de la montaña, ahuyentaría intrusos predadores que merodean como rutina destruyendo sueños, ilusiones y amores.
Y a la hora que muere el sol, cumplida mi labor, recostado en el abedul cantaría canciones, y te contaría cuentos.
Ser dragón tiene sus ventajas; los de afuera me mirarían con respeto; soy el guardián eterno, fiero y concentrado en cuidar sus tesoros; y dentro, sería el delicado y real avizor, celoso y dedicado gesticulador de sueños.
Sí. Si yo fuera dragón, sellaría la escarlata puerta con fuego; nada negro, nada maligno entraría pero salir, en cualquier momento podrías, pues sin libertad, que es donde anida el amor, la labor del dragón no tendría razón de ser.
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