Los amaneceres en aquel trópico, ardoroso,
bajo el poder de la granizada que fustigaba
y caía como perdigón surgido de un cañón de trabuco,
era de libertadores de oprimidos y viejos desbandados.
Tuve con mi dedo índice el poder de la muerte, el poder del viejo plomo,
(Quisiese haber logrado más) sin arrepentimientos vivos
que me dejasen las noches en vela, y bien sabiendo que hoy;
son las misma que he de matar la vida de hambre.
Caí en el barro pegajoso, hambriento, de aquel camino,
el mismo que ellos usurparon, con balas y leyendas malas,
y ya me retiro de lo que atino,
con lo que la vida me dio en alas.
Hoy he llorado bajo jóvenes esporas.
Entiendo el pesar de las madres; comprendo el de las nuestras.
Es el día del juicio en que ellas cantan, con la triste dulzura verde,
una vegetación grande, y llaman a los padres, a las madres
que cabalgaron contra las ristras opresoras,
y hoy limpian las estrellas, y mañana serás tú,
y: ¿Sabes que: nada se pierde?
Caigo una vez mas de rodilla;
por los jóvenes que no llegaron a viejo
por los viejos que nos dieron sus vástagos,
por el inválido renco,
por la luz perdida de los ojos,
por ellos, caigo una vez más;
y que Dios me perdone; porque nosotros no vivos estamos...
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