1.
Estas líneas que hoy escribo sentado frente a estas cuartillas de papel amarillo, bajo la sombra del sauce que me vio con sus tristes ramas coronadas ya de tantos años, corretear y reír con mis amigos retozando feliz en esa edad en que nada nos preocupa, hasta ahora en que sentado bajo él, comprendo cada día más la razón de su tristeza.
Éstas líneas, como iba diciendo, encierran las intrigas que se juntaron en mi vida, ya de niño, viejo y adolescente. Intrigas que a un tiempo, cuando yo no era tan experto en las cosas de la vida, me arrancaron, con suspiros, muchos años que ahora yo reclamaría si supiera a quien hacerlo, donde y cuando.
Me tienta en este momento encender un cigarro y aspirar su amargo vapor para calmar un poco mis memorias; para encontrar en la calma de esta tarde que se cierne ya sobre mi cabeza, enrojeciendo con sus últimos despojos de vida los montes orgullosos, las últimas palabras que este día me permite.
La prosa que ahora nace de mi imaginación, después de mojar mi pluma con los labios y llenarla de algunos recuerdos, es la que me permite, cada día, encontrar la fuerza para en la noche caminar por los pasillos que guían mis pasos hacia el lecho en que he llorado y reído, y depositar, con temor a los sueños que pueda tener, mi cabeza en la solitaria almohada que hace años recibe solo mis llantos.
En la extensión de las planicies que se acuestan a mis pies y arrancan caprichosas atravesando sendas que a la lejanía se vuelven invisibles, veo una doncella que presurosa desliza sus pies por entre la hierba azotando delicadamente el borde de su vestido, mientras con paso incierto se dirige quien sabe donde, si acaso donde ira todas las tardes, a besar los labios de un joven que la hechiza con su romántica juventud, o quizá hacia su casa, para recibir a su padre después de un largo viaje; quien sabe.
A lo lejos, y a un compás desconocido para mí, se oye una música, como si las cuerdas a un toque fueran afinadas y en un instante, con un murmullo, tocaran manos diestras la melodía de la tarde, acompañada de brisas que peinan los prados y llueven desordenadas, formando a su paso, con un toque imperceptible, figuras extrañas en las hierbas.
El sol desaparece a mis espaldas dibujando mi sombra de variadas y extrañas formas que se alzan y destiñen cada vez confundiéndose más con la oscuridad.
Admirando, ya de noche, el jugueteo de las luciérnagas, que saltando nerviosas y fosforescentes, ya frente a mí, ya más distantes, y poniendo oído fino al sutil aumento de los sonidos nocturnos, llega a mi mente, sin previo aviso y ya cuando mis defensas habían cedido camino a la modorra, el pálido y distante sonido de un recuerdo. Mi memoria se estremece, mientras el recuerdo, arañando los pilares que en un tiempo han impedido su paso a los anales presentes de mi realidad, se abre paso escarbando y despertando nuevas heridas, que dormidas, vienen a nublar con su perenne dolor el instante en que ahora han decidido aparecer en mi vida.
Toca en este momento, ya agarrándome con dolor de los últimos respiros que mis pulmones son capaces de producir, el tiempo en que Dios a querido que lo que yo escribo y ustedes leen en este momento llegue a su fin; cualquier hombre ya recostado en su lecho de muerte debería decir palabras que lo recordaran, las cuales escritas en su lápida enseñarían a las futuras generaciones los errores en que no deberían caer, la manera óptima de vivir y otras cosas por el estilo. Lamentablemente yo no las sé en este momento.
Bien, terminaré. Cada letra que sale de mi pluma me arranca con sus garras, como lo hicieron en el transcurso de mi vida, jirones de mi cuerpo, por lo que, temiendo ya que el Señor se digne a llevarme a su lado, o eso espero, diré mis últimas palabras; Quiero una tumba sencilla en un cementerio ordinario, el funeral queda a disposición de mis parientes.
2.
La Caravana seguía su camino, surcando el prado, ahora mudo. A lo lejos, si uno forzaba la mirada, descansaba una mancha oscura al pie de un sauce llorón. Nadie la vio, pero la caravana, a su manera, lloraba la muerte, chirriando sus ejes de vez en cuando, anunciando la soledad. |