Papá de Lejos.


El hombre miraba a la joven que estaba sentada en una banca de la plaza de armas, al principio sintió esa confusión extraña que se produce cuando ves a alguien, sabes que lo conoces de alguna parte pero no tienes idea de quien puede ser. Ella, indiferente a su observador, comía un helado, mientras miraba a las torpes palomas con su rítmico caminar ir de un lado a otro buscando las migas de pan que los viejos siempre les dan cuando ya no tienen nada que hacer, solo contemplar. Ella esperaba a la persona con la que debía encontrarse a esa hora en ese lugar. El hombre rebobinaba en su cabeza sin poder dar con la identidad de aquella joven que ahora lo perturbaba por no saber a ciencia cierta de quien se trataba. Resultaría fácil ir hasta ella, presentarse y preguntarle si en realidad se conocían de alguna parte o no, tal vez de otra época, quizás. Aunque en realidad no era tan fácil, esas cosas no se hacen todos los días, con una desconocida que podría mal interpretar sus intenciones, además, él no andaba solo y en su situación actual, no sería correcto, pero sentía un impulso tan fuerte que no sabía como explicarlo, ni entenderlo del todo. De pronto la chica se recogió el pelo y se hizo una cola de caballo, alzó el rostro y el hombre pudo observar claramente un lunar en la parte superior de la nariz de la joven, casi en medio de los ojos y un poco inclinado a la izquierda. El hombre tragó saliva, el día no era caluroso, pero su frente se perló de sudor rápidamente, ahora, ese detalle de su rostro le daba nombre a esa cara familiar pero lejana como toda una vida. Tendrá unos 23, pensó el hombre mientras se secaba la transpiración de su rostro con un pañuelo de tela blanca con bordes café. La muchacha que se arreglaba el pelo, miraba su reloj y se preguntaba, por qué la persona a la que esperaba no llegaba aún. Mientras miraba la Plaza de Armas para ver si su cita estaba por ahí, parado y esperándola en otra parte de la misma plaza, errado en el lugar de encuentro por alguna negligencia de ella al darle las indicaciones correctas para encontrarla. Le pareció que un hombre, de unos cuarenta o cincuenta años a lo mas, la miraba fijamente, le pareció inquietante la insistencia de su mirada, pero no le dio mucha importancia, Otro viejo verde, pensó y siguió buscando a ese tardío personaje que no llegaba a tiempo. El hombre, ahora con la certeza de saber quien era esa chica que distraídamente buscaba con la mirada por todos lados, no sabía si acercarse o no, tal vez ella lo rechazara, o no le creyera, pero igual valía la pena intentarlo, nunca se sabe. Entonces lo decidió y camino hacia ella algo vacilante, la joven se dio cuenta y ahora algo familiar le encontró a esa figura cansada y melancólica que proyectaba el hombre, había algo en esa mirada que la descolocaba y la inundaba de tristeza, en ese instante se dio cuenta del porqué. Cuando estaba cerca, lo detuvo la mano de una de sus hijas, Javiera, que lo arrastraba a otra parte de la plaza para que el hombre le pagara a un tipo que sacaba fotos a los niños sobre un pony de madera, la niña quería también una foto. La joven lo reconoció, pero lejano, demasiado lejano, demasiado tiempo había entre ambos, demasiada ausencia. Ella no supo que hacer, como reaccionar, en realidad, uno no sabe que hacer en estos casos, quién puede saberlo. Solo los personajes de los libros o de las películas, ellos siempre saben, pensó mientras veía como una pequeña niña se lo llevaba de la mano y se vio a ella misma a los cinco años, de la mano de su padre. El hombre la miró nuevamente mientras su hija le decía cosas que él no escuchaba, a lo lejos se veía el vuelo errático de muchas palomas, y una presencia que volvía a instalarse en su cabeza como un pedazo de vida que él había decidido olvidar, miro otra vez, pero la joven se había ido, como lo hizo él, alguna vez.