Con el hálito de Tánatos
Recordar es dar cuerda al reloj para atrás, volver la mirada a ese escondite que fue mío, regresar al bolsillo donde se guardan las cosas amadas y temidas: una pluma de escritura, la pipa de mi padre, el escapulario de mi madre. Es meter de nuevo la mano en ese doblez de la omisión donde queda todo el memorial del olvido; evocar la infancia desgraciada que se guarda con el tesón de quien guarda una pelusa; porque las felices no valen ya la pena ni mención…
Los hechos se sucedían unos detrás de otros en la hilera de un atroz dominó. Un humeante torbellino cruzaba Europa como una víbora de doble ponzoña, era la guerra que azotaba al mundo y la muerte la visitante diaria que llegaba mordiéndote el alma al engullirse un hermano, un amigo o tu padre mismo. La pestilencia de carne enferma, el hambre, las enfermedades y los cadáveres putrefactos se apilaban como lagañas en los ojos. Ya no había sitio para más dolor y tragedia. Los duelos se sucedían sin dar tiempo a una bocanada de aire salubre. Sin embargo, con nuestras madres y hermanas pariendo solas, viudas y dolientes, éramos niños que marchamos a ser nobles soldados: juramos fidelidad y si alguno caía en combate; caíamos todos…
Presenciábamos los lugares de los adultos como juegos de cartas, ruleta rusa, escondidos en el lupanar de la tía de uno de ellos y desde allí escudriñábamos algunas que otras apetecibles nalgas; en fin, la vida asignada del soldado en guerra ofrecía esas posibilidades que no se dan en otras circunstancias: crecimos demasiado rápido al aprender lo que es lealtad a un amigo, pero también llegó la época de la perfidia…
Mi padre había sido llamado a combate junto a mis tíos. La niebla había cedido a un clima menos apacible aún. Llovían los misiles en medio del agua que se llevaba cadáveres y traía las pestes, bronconeumonía, los catarros a doquier como sapos desafinados a la noche. Toses, lágrimas y silbidos de misiles eran la canción con que nos acunaban los tiempos de guerra que se había iniciado. Europa lloraba a sus muertos y nosotros nos encaprichábamos en vivir como el cáncer dentro de una placenta enferma llamada cosmos...
Decidimos sacar las narices para que se escurrieran con el arco iris que se dibujaba en la participación de un sol más aquejado aún. Los soldados apilados en las poltronas del zaguán donde se les servía aguardiente y ginebra. Se escuchaba a los lejos la música de jazz de algún desvencijado alto parlante, cosa normal en la época.
Todo regresaba a la normalidad, si no fuese que de pronto estalló un brutal estampido. Al tomar conciencia en el hospital militar, se me avisó que mis amigos habían fallecido en combate. Esta historia comenzó con tres entierros y acabó con el mío en un verano de 1914, cuando jugábamos a ser hombres, pero la infamia de la guerra sesgó la vida que asomaba…
Con el hálito de Tánatos
Vientre de la tierra un desgarro
Crepúsculo de besos
en la sangre.
Soldadito de juguete sonríes
ni tan cerca del amor ni tan lejos del odio
Mientras,
el tiempo agoniza enfermo.
El mundo un lupanar de acechanzas
Lengüetas lujuriosas rebasan los campos
Vibra el son del canto de ángeles
que cargan armas
sin antes ser iniciados
hombres.
Con el hálito de Tánatos
Soplando carrozas
de fuego bailan los huracanes.
Un dios ciego la muerte
en sus ojos el rencor
parte la tierra en oscuros enemigos
dejando al desconcierto los pájaros.
Soldadito de juguete
en la mano de amigos entonas:
Es de hombre morir en los besos
Lascivos de una guerra atroz.
Madre está llorando…
las entrañas y moradas vacías
El cementerio copula los hombres que ama
el polvo…
(…Es de hombre los sueños dispuestos
al vuelo que se desbandan
Con espíritu todavía de un niño…)
P/D. Narracion presentada en el 9° round, menos dos palabras. ¡Gracias por leer!
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