La niebla, poderosa y temeraria aparece sin anunciarse en la Bahía.
Inunda el Golden Gate, los montes, las copas de los árboles las calles donde gente indiferente y agitada camina en linea recta, se mete a
los patios de las casas y los caminos y carreteras y luego sin permiso alguno deja que se lo trague el sol.
Curioso caminar por las calles nubladas de San Francisco en una mañana de invierno. Parece un funeral universal. Todos vestidos de negro, cabezas agachadas, murmurando solitariamente, caminando sin ver para los lados mientras autobuses y vehículos de toda clase dejan una cola de Anhidrido
Carbónico como señal de su existencia. A veces creo que es un cementerio mundial por la diversidad de fisonomías: asiáticos, africanos, europeos, latinos, árabes, judíos, negros, blancos, todos ensimismados, con la mente y el alma puesta en en llegar a un punto desconocido. La mayoría parecen fantasmas caminado ausentes sobre la Powell Street, ni una sonrisa, ni un gesto ni una mirada para mostrar su presencia. Piensan que están
solos y únicamene conversan con el vendedor de periódicos, el de golosinas o su acompañante del momento.
Por eso me alegra que exista la niebla. No respetan a nadie e invaden las vidas privadas, las propiedades, los rincones, las avenidas y el
espiritu atribulado.
A veces me acongoja sentir en la mejilla esa blanca brisa helada. Es cuando la nostalgia invade mi alma y mi memoria retrocede en el tiempo. Pelota de trapo, mi primera pelea, mi primera ilusion, la mujer que me descastó, el pajaro azul (mi primera película), el tren nocturno lleno de bananos verdes, los muertos en las vías del ferrocarril, la
prostituta borracha de piernas rosadas que me daba temor y curiosidad al mismo tiempo, mi primera y única bicicleta, mi pantalón de mesclilla, la casa del rastro y la música de todas las mañanas. La división de los panes para la cena entre mis hermanos que causaban tambien división entre nosotros.
El grito deseperado de un indigente me saca del sueño y veo como se me caen las hojas otoñales para luego invernar en las cavernas del
universo blanco. Abrazo, entonces la niebla que se me escapa lentamente de las manos en un rito del Olimpo para más tarde empezar de nuevo
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