Mis ojos derraman lluvias dulces de los caudales de mi dolor, una tristeza antigua y cautivadora de los recuerdos de mi olvido naufraga
en las ansias de dejarme desvanecer en las corrientes de los rios, de las lágrimas, de mi pasión.

Para frenar la sangre que cae de mi abierta herida me encierro rendida en mi propia melancolía;
deseo que un viento helado congele mi corazón perdido, que un frío intenso me envuelva en la lógica y la razón.

De amores y ausencias sufre el alma, siente, duele, se saborea; su gusto amargo te encadena en ilusiones vacías, huecas... ya muertas.

Acontecimientos inesperados estimulan el apetito a nuevos anhelos, tal vez por el deseo o la esencia de los augurios que acarreamos dentro; pero aquí estoy y no te tengo, tu ausencia me condena a la pena en mi memoria donde guardo con amor y lujuria tu retrato, tu cuerpo desnudo, cada simple detalle del contorno de tu dorso, hasta las jóvenes arrugas de tus manos.

Y hoy, me desvanezco como bruma clandestina en el infinito de tu ausencia, tan sólo acudo a la soledad como consuelo de mi alma para congelarla en hielo y sea eterna como la nieve de tus ojos.