En un pequeño pueblo, con las montañas alrededor y un sol bello, vivían los habitantes su concepción de armonía perfecta. Las tiendas eran lo que todos se imaginan cuando piensan en los viejos buenos tiempos y la gente se saludaba en la calle con un amable hola y un cálido adiós. No eran muchos, pero si los necesarios para sentir que el mundo aún podía mantenerse en orden en medio del universo atomizado y sin reglas de moral. Las familias se conocían unas a otras y suponían, por lo menos, los secretos de los otros… no hacían falta los secretos, porque nadie tenía nada qué esconder, ni siquiera la vida privada. Los jóvenes pasaban las tardes en el club de siempre, con la misma marca de cerveza, fumando a escondidas, intercambiando videojuegos, sin padres desempleados ni miedo al futuro. Eso era lo que los adultos creían ver en sus hijos, porque en realidad los muchachos se encontraban todas las tardes en el sótano para probar drogas, escuchar música estridente e intercambiar jugos y caricias íntimas… todo normal.
La felicidad se imponía sobre la duda. Nadie hacía preguntas, nadie quería saber de más… Miguel, Joe y Mariano eran tres amigos inseparables, que compartían las mismas tardes aburridas, con los putos pajaritos cantantes y el verde tedioso de los árboles… el padre de Joe era un hombre muy querido, atento, siempre pendiente de las necesidades ajenas, buen platicador, bondadoso y defensor eterno de la causa justa…. Los padres de Miguel eran como todos los padres en el pueblo: neutrales… los padres de Mariano eran estrictos, con el cinturón listo para castigar al hijo a la menor falta, amonestándolo con gritos en público, y la mayoría de las veces, frente a sus dos amigos…
Por eso, un día, Joe, acostumbrado a la bondad de su padre y al buen sabor de la vida, no soportó más ser testigo del maltrato que recibía Mariano a manos de sus desalmados padres, así que decidió terminar con el asunto, luchar contra el mal. Le propuso un plan a su amigo, y Miguel, acostumbrado a ser neutral y actuar sin preguntar, aceptó hacerlo.
Aquella noche tocaron en la puerta de la casa de Mariano. El padre abrió. Intentó decir algo, pero un cuchillo fue enterrado en su vientre –entró como en mantequilla, diría más tarde Joe en la estación de policía-…Miguel le destrozó el cráneo con un martillo. La madre bajaba las escaleras. Allí la mataron. Mariano se escondió en su cuarto y llamó a la policía con su celular…
Sólo quisimos salvarlo de la injusticia, le dijo Joe a su padre…
La prensa anuncia la desgracia en ese pueblo tranquilo de dios, y le echan la culpa de lo sucedido a los videojuegos…
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