Amor, amor, son tantos los que hoy te invocan y tratan de materializar ese sublime sentimiento, enviando flores, comprando bombones y encintando cuanto objeto pueda ser valedero para refrendar aquello que late en su pecho. Es loable, tierno y esperanzador, pero ¿qué hay de mañana?, ¿se necesitará el mismo estímulo, la misma orden archirepetida para que, una vez más, saltemos como resorte a obedecer un convencionalismo?
Amor, amor, tantas veces musicalizado y con miles de seres apropiándose de esos acentos y de esas notas, como si el cantante se los hubiese escrito a ellos, sin obedecer a las pautas e indicaciones del productor, que, seguro, sabe más de manejo comercial que de aquello que mueve las fibras más sentimentales de los oyentes.
Amor, amor, estás, eres parte indivisible de los seres que te reconocen en el rostro de los que los acompañan. Estás, aún en el corazón de aquella mujer que dice no creer en ti, sólo porque está despechada y se ríe de aquellos que caminan pudorosos con un ramito de flores bajo el brazo. Estás, eres concreto, aún en el corazón duro del taxista que me garabateó por cruzar la calle sin fijarme en el semáforo. Estás, más allá de los convencionalismos, más allá de una fecha establecida ex profeso, fluyes porque eres permanente, aunque los años hayan ajado los corazones vacilantes de los ancianos.
Amor, amor, ven acá, abrázame como yo te abrazo, bésame como yo te beso, mañana será otro día y pese a que el diapasón de las horas ya habrá esfumado los ecos de un equinoccio establecido, aún, mi corazón latirá por ti. Espero que tú hagas lo mismo por mí…
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