Desde que tengo uso de razón, siempre tuve un único y gran amigo. Una gran persona con un gran corazón; un chico que no me escondía nada y a quien yo tampoco le escondía nada.
Los dos éramos como hermanos y el otro siempre estaba cuando uno lo necesitaba. Nunca peleábamos, a pesar del tiempo que pasábamos juntos.
Desgraciadamente, nuestra amistad no fue suficiente para permitirnos ser felices por siempre, ya que los únicos que aceptaban esta relación de amistad, éramos nosotros.
En casa, la familia nos trataba como locos. Solíamos almorzar juntos, y a pesar de que la comida era muy rica y grata, las charlas nunca fueron de mi agrado. Hablaban de nosotros dos como si no estuviéramos ahí sentados y escuchándolo todo.
- No deberíamos dejarlo tener un amigo como ese – decían a menudo.
- Hoy en día todos los chicos de su eda’ hacen lo mismo – era la respuesta-. Es un tema de la eda’, nada más. El dotor en la tele dice siempre lo mismo, que tenemos que dejarlo y que con el tiempo se le va a pasar. Vite como son los nenes…
A veces agregaban comentarios sobre el Vitor, y decían que él era igual.
Nunca entendí a que se referían exactamente, pero no me atrevía a preguntar tampoco; las pocas veces que hablaba cuando había alguien adelante, lo hacía al oído de mi amigo, porque yo era muy tímido.
Pero entonces todos se empezaban a burlar de mí y de mi amigo. Esto pasaba generalmente en la escuela, en donde ninguno de los dos éramos muy populares; es más, creo que los pocos que sabían nuestros nombres eran sólo los profesores y directivos.
Los chicos no sabían nuestros nombres, así que nos llamaban “raritos”; nunca fue un insulto muy grave para mí, pero mi amigo se enojaba mucho.
Después venía el tema de las gastadas en los pasillos. Era algo frustrante que te insulten todo el tiempo y que esquiven la mano cada vez que te iban a saludar, pero bueno, yo tenía a mi amigo, y no me preocupaba tanto que me molesten a mí sabiendo que después venía un empujón para él, o que se lo iban a llevar puesto como si no vieran en dónde estaba.
Sin prestarle atención a estos percances diarios, nuestra amistad crecía cada día más, y nuestros lazos se estrechaban, y eso me ponía muy contento. Pero como ya dije, la amistad no era suficiente, la familia no aceptaba nuestra amistad y todo eso a mi amigo lo estaba afectando.
Un día, vino a decirme que había conocido a un amigo. Yo me puse algo celoso, pero como me dijo que se llevaba muy bien, me puse contento por él. Me contaba que hablaban mucho sobre mí, y que al parecer, este otro amigo no veía nada raro en nuestra amistad y que, al contrario, le interesaba tanto que anotaba todo lo que decían.
A medida que pasaban los días, mi amigo venía más y más contento de sus visitas con el nuevo amigo. Empezó a contarme como ahora no solo le hacía preguntas, sino que también le daba consejos; y ahí fue cuando nuestra relación comenzó a desmoronarse, porque él no quería contarme que era lo que su nuevo amigo le aconsejaba.
A partir de ese momento, comenzamos a vernos mucho menos, y nos encontrábamos generalmente cuando uno se sentía mal.
Un día, él llegó de lo de su amigo, y empezó a llorar. Yo lo estaba mirando, pero creo que él no me había visto todavía. Cuando me acerque para consolarlo, me miró fijo a los ojos, y conteniendo la respiración me dijo: - No existís.
Al principio no entendí lo que me estaba diciendo, pero cuando volvió a repetirlo, desaparecí.
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