CARLOS
Desde que tenía uso de razón había soportado esa madre malhumorada, resentida, nunca conforme con nada que él hiciera, pero ese día su enojo no tenía parangón y eso provocó que por fin reaccionara, gritándole su verdad. Ella quedó atónita y, por primera vez en su vida, enmudeció.
Carlos no se sintió bien al haberle hablado así, pero realmente se le hacía pesado cumplir con la carga que le había impuesto su padre, cuando aún era un niño.
· Cuida de tu madre, es una mujer difícil pero te quiere más que a su propia vida – Y sí que era difícil. Él no quería esa responsabilidad y dudaba que ella sintiera amor por su hijo.
No recordaba un día de su vida en que esa agria mujer no hubiese demostrado enojo.
Nunca le gustaron sus amigos, ni sus salidas, ni sus trabajos, ni sus romances cuando los tuvo. Los malos gestos, las humillaciones constantes, lograron convertirlo en un misántropo. Los amigos desaparecieron cansados de soportar a esa madre dominante. A pesar de todo siempre calló, fue un hijo sumiso y obediente, cumplió lo prometido.
Con el rabillo del ojo, mientras simulaba estar enfrascado en la elección de su vestimenta, veía la cara cerúlea de ella, el ceño fruncido, mirándolo como a un extraño. Se olía el enojo, la rabia. El continuaba imperturbable. Esta vez no flaquearía.
Sin mirarla, hizo la pregunta que años estuvo en su boca y nunca se atrevió a hacer:
· ¿Porqué tanto enojo Mamá?
La pregunta cortó el aire y sacudió a la mujer. Como un bumerang llegó la respuesta
· Porque siempre supe que eras un fraude – Duras palabras para una madre.
· Pues deberás convivir con este fraude, esto es lo que soy .
Ella sintió como el enojo cedía, el enojo con el que siempre había cubierto su propia frustración. Sintió un profundo dolor por los dos y comenzó a sollozar.
Carlos apretó los labios sugestivamente delineados, acomodó la raya de sus medias finas y con la cabeza erguida salió de la habitación, orgulloso de poder mostrar al mundo su verdadera sexualidad.
|