Apartó su mirada lánguida del horizonte. Cerró los ojos y emprendió su jornada hacia el sur. Pensé que volvería por algunos cigarrillos, o por sus antiguos discos de rock; por lo contrario, se echó a correr, muy rápido. Mientras Richard Clayderman asordaba con sus carros de fuego, concluí la mariguana y lloré. La azotea giraba, no vi ni un átomo de su extravagante ropaje a lo lejos, el viento se obstruyó. Y como diría Christina Rosenvinge “mil pedazos de mi corazón rodaron por toda la habitación”, pero el mío se lo llevo el viento. Perdí a mi bohemia hippie. Desearía no haberle dicho: “brujita, soy bisexual”. No se que aconteció después.