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Corría el año 1972. Yo me desempeñaba en una empresa de fosfatos en Penco, COSAF. Allí estaba a cargo del Departamento de Recursos Humanos.
Un día, como cualquier otro, nos avisaron de la muerte natural de un trabajador. Era un operario que trabaja, desde la puesta en marcha en la empresa. A este empleado le llamábamos, cariñosamnete "Jarita", que era un diminutivo de su apellido. Trabajaba por propia elección siempre de noche, porque tenía problemas para dormir.

Este trabajador vivía en la población, construida por la empresa para sus empleados al lado de la planta. Era una persona retraída, de pocas palabras, hacía lo que le ordenaran, sin chistar. Ese día se sintió mal. Cuando lo llevaron al hospital, en Lirquén, aparentemente, fue tarde. El médico de turno que era, a la vez, el médico de la empresa, certificó su muerte.

En el afán de acelerar las diligencias necesarias para que la viuda no esperara mucho por su pensión, agilizamos los trámites para obtener las copias de los certificados requeridos y en el mismo día, fueron enviados por valija a nuestra casa matriz en Santiago.

Junto con eso, nos ocupamos de comprar uno de los mejores ataúdes y coronas de flores, procurando que nada faltara en el velatorio que se levantó en su casa.

A la morgue se le había llevado su mejor terno y le habían vestido elegantemente. Al parecer, todo el día habían pasado sus compañeros de labores a rendir un póstumo homenaje a este hombre, que era casi parte del inventario de la Compañía.

Estos quehaceres tomaron casi todo el día. Al pasar por la casa de Jarita en la tarde a preguntar qué faltaba, vi que, simbólicamente, había puesto su casco sobre la urna. Dejé el número de teléfono de mi casa a la viuda por si necesitaba cualquier cosa y me vine a casa, sabiendo que al otro día sería, nuevamente, una jornada muy pesada.

Al día siguiente y como era de costumbre, esperé en la esquina de mi casa al Gerente que pasaba en su camioneta por mí, para luego, recoger al ingeniero de producción. La conversación durante el trayecto, versó sobre la muerte tan repentina de Jarita. Informé al Gerente la agilidad con que se habían efectuado los trámites para beneficio de la viuda, enviando toda la documentación a Santiago el mismo día y dejando avanzado todo lo relacionado con la sepultación.

Este viaje durará aproximadamente veinte minutos. Casi al término de este recorrido, doblando la última curva, cruzamos la línea férrea y entramos en la recta de más o menos un kilómetro que finalizaba en la entrada de la Planta. En la medida que nos íbamos acercando a la entrada, nos fuimos dando cuenta que había más movimiento, a esa hora temprana que el usual.

Cuando las figuras se empezaron a hacer nítidas en nuestro campo visual observamos al portero -que era cojo-que salía de su garita corriendo, con los brazos abiertos en dirección hacia nosotros. Al detenernos, nos dice fuera de sí y con palabras entrecortadas por los nervios, el susto y la pequeña carrera que había hecho hacia el vehículo: - "Jarita está allá adentro". -Jarita está allá adentro". Repetía muy excitado - ¡¿Cómo?! - pregunté estupefacta. El hombre no podía responder y seguía repitiendo lo mismo. -¿ Qué pasa, por Dios?....¿Qué pasa?- repetí, mientras me bajaba de la camioneta y tomaba su brazo para calmarlo y creyendo haber entendido mal, le dije ¡ Cálmese, tranquilo! cuentéme ¿qué pasa? y el portero, haciendo una inspiración profunda, dice: "¡Jarita esta allá adentro, en la Planta 1!"

-¡ Ay por Dios!- contesté, soltándole el brazo.- ¡ Ya están ustedes con sus apariciones de muertos! Y comencé a caminar hacia mi oficina.
-¡ Si es verdad, señorita Haydee!- seguía insistiendo el hombre mientras caminaba a mi lado cojeando. Me detuve, lo miré y le dije:
- Mire, Manríquez. Yo saqué a Jarita de la Morgue. Lo vi cuando lo vistieron y acomodaron en la urna. En la tarde usted pasó conmigo a verlo en su velatorio. ¡¿ Me quiere explicar cómo va a estar aquí?!
- ¡Si es verdad!- decía el portero, cada vez más fuera de sí.
-Hagamos una cosa. Vaya, busque a Jarita y dígale que venga a mi oficina, que quiero hablar con él - le indiqué pensando que allí acabaría el asunto.
- ¡Ya, señorita Haydee! - respondió- y caminando dificultosamente, se alejó rápidamente en dirección a la planta uno, que ese día, estaba procesando fosfato triple, cubriendo todo con un polvo blanco como si hubiésemos estado procesando harina.

Entré a la oficina observando a todo el personal, que se agitaba y cuchicheaba revolucionado, con la noticia. Pedí que cada uno volviera a sus labores, explicándoles que no había nada de que asustarse, solo se trataba de la imaginación del turno de noche. Recuerden -les dije- mientras entraba a mi oficina que siempre ellos están viendo fantasmas o muertos o diciendo que hay ánimas que penan. Mientras sacaba mi guardapolvo del perchero, me agradó escuchar que se había hecho el silencio en la oficina y por ende supuse que todos habían vuelto a sus labores.

Estaba poniéndome el guardapolvo, cuando siento a mis espaldas la voz de Jarita que me dice: "-¿ Usted, me mandó llamar Señorita Haydee?"-. Al escuchar esa voz detrás de mí, debo reconocer que sentí que se me erizaban todos los pelos y me empapé con un sudor frío y pegajoso. No era capaz de darme vuelta, para mirar quién me estaba gastando esa pesada broma. Intenté inútilmente fijar saber que no me estaba desvaneciendo. El hielo empezó a invadir todo mi cuerpo, sintiendo que quedaba como Ruth convertida en una estatua de sal totalmente petrificada,con una mano a medio entrar en la manga de mi delantal y la otra en alto, en una pose como si recién hubiese lanzado una flecha de un arco que aún sostenía.
Me armè de valor, mi corazòn perdiò su ritmo normal y empezò a latir en desorden, di la vuelta y allì, frente a mì, con el mismo terno con que lo habìan vestido para colocarlo en la urna , estaba Jarita, parado, miràndome, todo blanco, como si hubiesen dejado caer un saco de harina sobre él.

Reunì fuerzas y le dije estùpidamente casi gritàndole:
-¡¿Y Ud. què hace aquì, si està muerto?!-
-"Estoy trabajando, pero lleguè un poco tarde al turno de noche"-contestò-
-Gritè y ordenè por favor llèvese a Jarita al hospital y que no le den el alta hasta que estè realmente vivo- sentì en ese momento que eran las ùltimas migajas de racionalidad que me quedaban.

Nadie entendía nada, cuando se lo llevaron en la camioneta, mi secretaria me dijo: -"afuera está la viuda, o más bien la señora de Jarita, esperándola".
Al sentarme con ella frente a frente en mi oficina y un poco más calmada, le pedí que me contara que había ocurrido. La mujer visiblemente consternada, empiza a relatar lo sucedido, con una voz de resignación, pena y susto, que no me atreví a interrumpir:

"...Estabamos ahí pús Sita Haydee en el velorio tranquilos y tristes en la noche, bien acompañados gracias a Dios, yo estaba en la cocina, la pieza del lado, con mi hijo tomándonos un cafecito con malicia, porque la noche estaba bien fresca. Cuando de repente pús oiga, sentimos un golpe, llegamos a saltar, me paré asustada y le pregunté al hijo ¿qué fue eso hijo? Y el hijo muy asustao se asoma a mirar de la puerta y me dice "parece que es mi apá que está golpeando la tapa de la urna". ¡Cómo va a ser eso hijo por Dios! le dije, sin atreverme a salir de la pieza, Sentí como los vecinos arrancaron toítos altiro. "No nos reponíamos de la primera, cuando sentimos un tremendo golpe otra vez y ahí me asomé a la pueta asustada, empezando a rezar y veo que la urna está sin tapa, y viene otro golpe y la urna cae al suelo, pasando a llevar las sillas y las luces, la sonajera que había era terrible. Ahí yo arranqué, con el rosario en la mano, pa juera junto con toítos pús, y de afuera mirábamos. En esto el Jara se sentó en la urna, miró pá toos laos, se paró, recogió su casco, que había saltao lejos con la tapa de la urna, se lo puso y fue a mirar el reloj mural que tinimos ahí en el comedor y dijo "puchas estoy atrasao pal turno" y salió a la calle y se vino pa el trabajo. Pá que le cuento ná, en ese momento no quedó naiden cerca de la casa, arancamos toos pá la línea pá allá, como en alma en pena y de ahí mirábamos como el Jara seguía caminando pa´ la planta muy parao, como si ná".
"Ahora yo vengo a hablar con Ud. pús sita Haydee, porque no me atrevo a entrar a la casa, no sé que hacer con la urna, las coronas y todo el reguelto que quedó en la casa. Además no me dá como, pá acostarme con él, si está muerto pús sita Haydee, Ud lo vio
...."

Llamé al hospital para saber que pasaba con Jarita y el médico me dijo que lo estaba enviando de vuelta, porque estaba bien, había sido un ataque de catalepsia, que había durado como 20 horas. Le pedí que lo dejara en el hospital unas 48 horas, como mínimo, para asegurarnos que esto no se repitiera.

Nunca imaginé lo engorroso que es decidir que hacer con una urna que a sido ocupada por un difunto, que luego está vivo, no se puede devolcer, no se puede donar, no se puede guardar de recuerdo, finalmente el Servicio Nacional de Salud decidió que había que quemarla.

Jarita volvió a trabajar, nunca nadie volvió a tener un trato normal con él, no podía borrar el recuerdo de haberlo visto muerto en la urna.
Transcurridos 2 años, volvió a darle una ataque de catalepsi, que le duró 26 horas, lo dejamos en el hospital, me retiré de la empresa en el ano 1977 y supe que en 1979, Jarita había sufrido un nuevo ataque y habían esperado 48 horas antes de declarlo oficialmente muerto.

No quise ir a su funeral. Sólo espero que lo hayan sepultado, bien muerto.

Texto agregado el 13-02-2007, y leído por 194 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
08-04-2007 interesante cuento , ahora que es real o que es ficcion no me da claro hombrenuevo
18-03-2007 Es leído con prisa, caminando sobre terreno firme... alado
13-02-2007 Una bella historia la del Jarita. Me ha gustado su desenlace, un desenlace glorioso y finalmente fatídico, pero así es la vida con catalepsia o sin ella todos vamos a parar "al fondo del saco", como quien dice. Felicitaciones, besos y abrazos. UN deleite leerte! josef
 
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