From: Augusto
Sent:
To: Clarisa
Subject: Concedido
Hola, Clara:
En realidad tu mensaje me coge por sorpresa. Acabo de llegar de la Universidad, el paraguas todavía se encuentra chorreando en el recibidor, y bueno, lo menos que esperaba era unas letras de ti.
Ese “vos” que utilizas, amén de traerme buenos recuerdos, era la mejor tarjeta de presentación que podías emplear para avivar la memoria, exhumar sentimientos. Hoy hace un día triste y frío en Madrid, y sin embargo, supongo, en todo poso nostálgico queda un resquicio de felicidad, el de lo culminado y vivido.
La otra noche estuve mirando un álbum de fotos que tenía Eugenia, en varias instantáneas apareces tú con ella, aún chiquillas, haciendo las payasas, allá, al otro lado del charco, antes de que mis entonces desconocidos suegros decidieran coger bártulos y prole y emigrar a lo que se denominaba la madre patria: se rulaba de risa al evocar vuestras travesuras… Hoy en casa reina el estridente silencio.
Sí, tal vez me hayan sorprendido tus letras, su efecto de hibernación resucitada de otro tiempo. Lo bueno que quedó siempre es positivo recordarlo siempre. Para que perdure. Y tenga valor.
Incluso a tu pesar, hiciste bien en abrir la caja: me consta que eras su única amiga íntima a prueba de distancias y olvidos, os conocíais hasta la sangre, de adolescentes, hasta latíais un mismo corazón. Eras la más indicada para abrirla, hurgar o revolver entre sus cosas igual que lo hubiera hecho ella, yo irrumpí mucho después en su vida y fue de forma casual, el derecho te pertenecía a ti.
Si no quieres quedarte con nada envíamelo todo. Como sabes, aquí no hay niños ni promesas de princesas a punto de hacer la primera comunión. No tuvimos hijos, Eugenia no pudo tenerlos. Soy reticente a guardar fetiches, no obstante es una parte de su pasado donde ya me reservaba su amor. Veré dónde lo pongo. El estudio de Claudio Coello sería un buen lugar, quizá.
En fin, Clarisa, me alegro mucho saber de ti aunque sea a través de este medio que, lo confieso, no domino del todo. El martes pasado se cumplieron dos años desde que Eugenia nos dejó y, bueno, la oquedad de su ausencia permanece intacta. Planificación de seminarios académicos, viajes obligatorios o de asueto, concienzudos estudios jurídicos, en eso distraigo mi vida, no pormenorizo el dolor. Y así voy respirando, que no es poco.
Escríbeme cuando te apetezca.
Un abrazo
Pd: La anécdota del cubrecamas fue antológica, ya la sabía. :-)
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