Había una vez un muchacho que se enamoró de la puta más querida en la legión. Había una vez una joven prostituta que era la puta más querida en la legión. Había una vez un muchacho que se metió a una legión. Había una vez una legión que ni siquiera existía, era puro invento del muchacho. Había una vez una puta joven que se inventó a un muchacho querendón. Había una vez una legión que rechazaba a una puta vieja y fea. Había una vez una vieja puta que añoraba los tiempos de la legión. Había una vez un lapicero que no tenía nada que ver con la legión. Había una vez una historia transcrita por un lapicero. Había una vez una historia de legionarios enamorados de putas jóvenes. Había una vez un escritor que no tenía nada qué hacer y se decidió a escribir una historia que no lleva a nada. Había una vez una historia que al final decía fin. Había una vez un público demandante que presionó al escritor para que hiciera una segunda parte de esta historia de legionarios y putas y lapiceros y escritores. Había una vez un escritor que por complacer a su público quitó el fin a su historia y siguió narrando.

Había una vez un rapero que ingresó a la legión. Había una vez un duelo entre rapero y muchacho que terminó en tragedia. Había una vez una tragedia que a todos hizo llorar, incluso más que “el Torito”. Había una vez un torito que se escapó del establo y mató a dos integrantes de la legión. Había una vez una legión enlutada. Había una vez un velorio a ritmo de rap. Había una vez una vieja puta que narraba su juventud. Había una vez un escritor que no tenía nada qué hacer y se decidió a escuchar la trágica historia de su madre. Y por fin, terminé escribiendo esta historia que había una vez. (Y mi madre nunca me dijo quién había sido mi padre).

FIN