Decidimos abrir la tumba de aquella mujer cuarenta y ocho horas después de su entierro. Aproveché el “rigor mortis” para ponerla de rodillas y los brazos sostenían nada, nada en absoluto en medio del pasillo del cementerio.

--RAMON –me gritó el colega cuando termino de cerrar el nicho, para no dejar pistas --. Van a saber de donde es el cuerpo, coño.

--¿No te dije que limpiases los restos de cal y sellases la tumba? –le pregunté.

--Pero basta investigar los últimos cinco entierros y cotejar las fotos imbecil.

El plan era regalarles un muerto sin aparente morada. Cargamos el cadáver y buscamos otro escenario, lo llevaríamos a otro cementerio en otra ciudad dos días después.

Mientras: nos contemplaba en la sala de estar y comenzando a oler mal. Su cara entalcada a la cal parecía pedir marcha pero aún no estábamos tan locos.

Otro camposanto y la misma pose.

--RAMON –gritó el colega--. Van a saber de donde es eso.

--¿Cómo coño gilipollas? Vamos que ya son las cinco de la mañana –grité a la vez que colocaba las velas en sus manos.

--Basta cotejar los últimos entierros de la provincia y comparar los caretos.

--Dios mío Alberto ¿has visto esa cara? ¿Quién coño la va a reconocer?

--Su madre –me contestó --, no leíste la fecha de su muerte, murió a los treinta y cuatro años.

De vuelta al furgón.

Al otro día compramos un congelador.

http://es.youtube.com/watch?v=iC09glhYzYI