PERSONAS – ESPEJOS
La relación entre las personas es un condicionante de la sociedad.
La convivencia es necesaria para el progreso. A todos, salvo raras excepciones, nos interesa el contacto con los demás.
Esta interrelación pone a prueba nuestra capacidad de entendimiento con las otras personas; desde la propia familia, la escuela, el trabajo, los amigos... hasta los profesionales, los políticos, los jueces, los empleados de comercio etc.
Para muchos, esto de relacionarse es tarea fácil, se encuentran como pez en el agua en cualquier tipo de reunión, sea familiar, de trabajo o estudio. Tienen la facultad de “caer bien”. Suelen ser simpáticos, agradables en su trato, respetuosos, colaboradores. Casi siempre sonríen, son ocurrentes y se sienten cómodos en cualquier situación, son buenos “relaciones públicas”.
A otros, en cambio, entablar conversación les resulta costoso, no encuentran fácilmente la palabra adecuada para iniciar el contacto, son retraídos, tímidos, introvertidos y solitarios, les cuesta mucho compartir vivencias. Ante los demás se encuentran como frente a un reto, algo a superar. Temen equivocarse, que les hieran, que les juzguen...
Entre uno y otro ejemplo hay una gran variedad de personalidades intermedias que poseen rasgos de ambos patrones: quienes se encuentran bien con los familiares y no entre compañeros de trabajo o tratando a desconocidos y no a quienes los conocen... quienes son tímidos fuera de casa y no dentro, quienes son tímidos pero locuaces cuando se trata de algún tema que conocen bien... a quienes no les duran mucho los amigos porque cuando los conocen a fondo se dan cuenta de su hipocresía...
Y así podríamos citar innumerables variantes.
Se dice que uno es como lo ven los demás más como se ve uno mismo, pero esto es un tanto ambiguo, aunque no falto totalmente de sentido.
En Delfos, ciudad de la antigua Grecia, podía leerse en el frontispicio del templo de Apolo un adagio que decía: “CONÓCETE A TI MISMO. NADA EN DEMASÍA”
Sabios de todas las épocas recomiendan conocerse a si mismo. Conociéndose se pueden modificar aquellas facetas de nuestra personalidad que la experiencia nos destaca que son poco acertadas para nuestra felicidad, así como, sabedores de nuestros aciertos, tomamos más fe en nosotros y actuamos armónicamente con el entorno.
Es probado que ser maleables respecto a corregir defectos, reporta ventajas de todo tipo. Solo que esa ductilidad requiere una gran dosis de humildad, virtud difícil entre las más difíciles.
Un ejercicio que da resultado respecto a conocerse es el de verse reflejado en los demás o ver en los demás un espejo para reconocerse.
A nadie extraña que unos padres no sean capaces de ver un defecto claro en un hijo pequeño, incluso, en ocasiones, lo pueden ver como digno de elogio, cuando no, reír la “gracia” de alguna actitud rebelde, egoísta, terca etc.
Podríamos decir que esos padres no se han visto a si mismos con la suficiente claridad y por tanto fomentan en su hijo dicho defecto que la vida se encargará de ir corrigiendo por “fricción” con quienes conviva, si lo consigue.
Suele suceder que se es menos tolerante con los errores de los demás que todavía existen en nosotros en mayor o menor medida. Nos produce un rechazo espontáneo. Sin embargo, comprobemos que, quien los tiene superados, comprende mejor a quien yerra.
Es un buen detector de defectos observar qué característica de nuestros hijos nos altera en mayor medida, nos están poniendo un espejo delante y aparece nuestro fallo.
Se puede emplear el mismo sistema con el compañero-a de vida, padres, hermanos, en el trabajo, los jefes, políticos, empleados de comercio, jueces, en el colegio, etc.
Claro que eso es sólo la detección del error; ahora falta superarlo, pero ya se está en el camino cuando se le reconoce.
Respecto a verse también las virtudes, emplear el mismo sistema: EL ESPEJO.
Este método, en lo concerniente a la parte positiva del carácter, atrae amigos, buenos negocios, simpatía, prosperidad y progreso... y si se puede ver uno con claridad el lado negativo, produciría el mismo efecto, porque visto el daño que uno mismo se causa, trata de remediarlo.
No es tan raro pensar que somos espejos unos para otros, a fin de cuentas somos todos seres humanos.
Iguales en eso al menos.
Juan Antonio Torrijos : Graju
Valencia, 12 de febrero de 2007
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