Momento de la mañana, con una taza de café ardiendo entre mis manos y deseando encender mi primer cigarrillo del día.
Es una sensación que no es fácil de explicar. A menudo, amigos, familiares me preguntan, porque una persona (según ellos) tan lista como yo, puede matarse a esas horas tan tempranas de por ejemplo, un lunes.
Intento buscar sensaciones placenteras para trasmitir que es lo que esa nicotina produce en mí. Sensaciones como encender la radio después de días, y escuchar esa canción que hacía tanto que escuchabas, que te recuerda a alguien, o que simplemente es la adecuada para tu estado de ánimo, o la experiencia de caminar durante horas por la montaña y terminado el día sentarte en el coche de vuelta a casa tranquilo, relajado, y recordando lo bien que lo has pasado y olvidando a la vez, la angustia y el cansancio que has sentido. Suelo comparar, la sensación de cuando quieres hacer “pis”, en un viaje, o una reunión, y cuando por fin, acaba, puedes hacerlo gustosamente. O también, el hecho de despertarte un día laboral, mirar el despertador, y ver que aún te quedan tres horas más de sueño…
Lo sé, lo he oído cientos de veces, esas sensaciones no matan. Pero a mí, ese primer cigarro del día me mata, me mata de gusto, me hace coger con ánimo la mañana, el día, o aquello que se me venga encima… ¿Drogadicción? Pues hoy por hoy, y de verdad, sinceramente, bendita sea.
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